Shackle, Ball, Chain

Lo malo de querer cambiar el pasado es que la vida es una cadena de causas, así que si en este momento hay algo bueno, es probable que lo malo que quedó atrás haya tenido que ver con eso.

Dicen que la experiencia del primer empleo forja la actitud de uno hacia el trabajo para el resto de la vida. En ese caso, debo estar agradecida con mi primer trabajo no-docente en Bogotá porque me demostró el desperdicio que es pasar diez horas sentada frente a un computador fingiendo productividad. Si a ello agregamos el someter la mayoría de esas diez horas al temperamento volátil de alguien más, el experimento se convierte en algo completamente indeseable para prácticas siguientes. A veces quisiera no haber pasado por ese primer episodio laboral o haberlo cortado más pronto y de manera más tajante, especialmente después de haber conocido los antecedentes de lo que debería haber sido una relación entre dos desconocidos pero resultó ser la de un desconocido y sus aportes a la leyenda demente de la vida de otro. Pero ya fue.

Luego hubo otras oficinas, otros conflictos menos inexplicables, otras personas, otras tandas de diez horas muertas. El tiempo fue el factor determinante en mi ruptura con lo que podría conocerse como el único camino. Yo les había dicho veinte mil veces a mis amigos japoneses que no lo siguieran, ¿cómo iba a ser posible que resultara siguiéndolo yo?

Ahora heme aquí, más de un año después, huyéndole a la oficina como a la peste. Tuve la fortuna de hallar la manera de ganarme la vida sin que el tiempo que me sobra se lo adeude a alguien más, y aún en los peores días estoy agradecida por ello. Esta situación no es un golpe de suerte aislado, empero; estoy segura de que no habría ocurrido —no la habría buscado— de no ser por aquella cadena de espacios reducidos con música insoportable hilándose a mi alrededor, asfixiándome.

Será mejor, pues, convivir con los recuerdos hasta que se borren como viejos rasguños. Si es el precio a pagar por llegar a un lugar deseado, lo hallo razonable.

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