Follow the White Rabbit

Se sienta, callada, a contemplar la noche. No la noche bulliciosa de chicharras y encendida de luciérnagas, sino aquella que se proclama gozosa y titila con lámparas de neón que amenazan con apagarse en cualquier momento. Corren nubes de asfalto, corren nubes de alucinación.

El mundo se ve vacío, pero pronto los acudientes al llamado van agregando sillas al corro. Ella saluda. Saluda, y nada más. El ambiente se anima y los desconocidos se convierten en amigos de toda la vida, llega una diva del otro lado del río gris y la inmortalizan en hordas de bytes. Todos saben que han tenido algo en común: antes eran palabras amigas, ahora las palabras se han convertido en seres de carne y hueso. Qué alegría es saber que no se ha estado hablando con máquinas programadas para simular vidas.

Sin embargo, ella calla. La escena no parece tener mucho sentido para ella, y aún cuando todos se van, cuando los holas se vuelven adioses, cuando deja a su guardián adolorido en su castillo y ella retorna a la serenidad del lecho, la escena no parece haberse llevado a cabo. Nunca.

Dos días después, una mano de chantilly con uñas moradas y un toque de fresa se aferra a la metálica realidad. El sol promete arremeter contra su piel de nuevo al mediodía, pero eso ya no importa. Mirando los paisajes que conoce casi de memoria, ella se pregunta qué tan cierto puede ser que en algún momento dado —el menos pensado —, una voz desconocida le ordenará que siga una señal incongruente para hallarse a sí misma, para dejar de verlo todo como un inmenso holograma que la atraviesa y no la toca.

Mientras llega ese momento, ella intenta recordar todo aquello que no sucedió, el guardián que la defendió de un silencio más profundo y que ahora no la observa, los demás hologramas que la atravesaron y para quienes ella no logró hacer la transición de caracteres a células. Posiblemente de ella no queden más que unos cuantos pixeles descoloridos y las palabras que siguen brotando de la nada.

Y desperdigada sobre los caminos que recorre a diario quedan los fragmentos de la esperanza: eso que aún las personas que no existen y desaparecen a la espera del primer latido de su corazón real también poseen.

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