Es bueno saber que aún existen canciones que levantan el ánimo. Paul McCartney y The Beatles son infalibles; lástima que sólo tenga alrededor de cinco canciones de los Fab Four en el disco duro. Si quiero una buena dosis de Getting Better, Being for the Benefit of Mr. Kite! o Lovely Rita, debo esperar a llegar a mi cuarto. Y cuando llegue allá, quiero dormir muchas, muchas horas. La semana que se avecina trae consigo una buena cantidad de lágrimas que no derramaré porque me es físicamente imposible llorar la mayoría de veces. No sé exactamente cuándo puedo hacerlo, pero la verdad es que cuando realmente quiero llorar no puedo.
Antes de contarles por qué estoy tan triste, quiero resaltar el hecho de que me puso peor el hecho de leer el diario de Kenneth Wolf para encontrar que aún escuchaba 1, el cd de The Beatles. Si es cierto lo que alguna vez me dijo, él compró ese cd porque a mí me gusta el grupo, es decir, lo compró porque se acordaba de mí, y pensar que aún lo oye y lo disfruta significa pensar que en cierto modo también me recuerda a mí. Bajo circunstancias normales eso no me produce la menor sensación. Es su vida y él hace con ella lo que quiera. Sin embargo, pensar que alguna vez mis padres me dejaron querer a alguien porque estaba tan pero tan lejos, y que esa persona se tomó el trabajo de pensar en mí durante alguna porción de su día, tanto como para comprar un cd y sacar una canción específica de él para recordarme (Something), me entristece. De mi relación con Kenneth Wolf no quedan sino los recuerdos, y la posibilidad de obtener la aprobación respecto de una relación tan cercana aumenta con la distancia entre el individuo en cuestión y yo. Es decir, si no te llamas Kenneth Wolf o vives un poco más lejos que él no eres bienvenido. Sin embargo, he de recordarle al mundo que he crecido y que mi alma no está buscando que le prohiban todo con tal de destruir la floreciente relación entre ella y alguien más, alguien mucho más cercano geográficamente. He de recordarle al mundo que estoy dispuesta a hacer algo con tal de sortear los obstáculos, llámense prohibiciones o consejitos amables para no dar mal ejemplo. Ha llegado el momento de despertar y darse cuenta de que Laura Acosta no es toda cerebro, que en medio de todo hay algo de corazón, y que es bastante sensible aunque generalmente no parezca. Esto es justamente lo que me entristece… que los McGregor no entiendan que Anna ya no es sólo escritos y elogios sino que también, pese a toda maldición pronosticada, encontró un nuevo e increíble sentimiento en su alma y no está dispuesta a dejarlo ir, pase lo que pase.
Acabo de recordar un sueño que tuve anoche. Iba a una isla equivalente a Providencia en un barquito con forma de parquecito de esos de troncos que a todos los niños les gustan. Allí me internaba descalza en la selva (que iba como en rampa como el centro comercial Cosmos 64, para los que alguna vez fueron allá) y encontraba conchas grandísimas de color azul cobalto y estrellas de mar secas color coral vivo. Todo era tan hermoso… pero yo estaba sola. No había amigas conmigo pese a que yo veía a las niñas con sus amigas. Sí, estaba con el curso. El caso es que subía de nuevo la rampa y de repente me daba cuenta de que no tenía mi mochila, y yo decidía devolverme a recogerla, pero por ahí pasaba un zorro, y yo me estaba arriesgando a que me comiera viva, porque creo que pasaba a su lado y directamente a su refugio para rescatar mi mochila. Qué extraño… Creo que tuvo algo que ver con el episodio del ladrón en la buseta camino al apartamento de Carlos Márquez. El hombre me abrió la cartera y me sacó mil pesos (qué hambriento); yo me di cuenta y empecé a meter la mano entre su chaqueta y a decirle “¿qué me robó?” repetidas veces. No recuperé el dinero, pero un rato después caí en cuenta de que me había arriesgado demasiado al efectuar ese acto. De hecho, cuando llegué a mi destino y vi que Carlos me esperaba en la puerta, me derrumbé sobre él y empecé a temblar del susto.
Y es que justamente eso quisiera ahora: encontrarme a Carlos y deshacerme entre sus brazos en un instante eterno…
Estoy escuchando: Amber, de 311
Me siento: Deprimida