Un lindo año palíndromo se acaba en un suspiro, y antes de dejarlo ir quiero dar una última declaración: me gusta ser yo.
Sé que no soy la última Coca-Cola del desierto con tapita premiada, pero en lo que va corrido de mi vida amo lo que he hecho, amo aquello en lo que me he convertido. Me falta un largo trecho por recorrer, aún hay mucho que conocer; mi experiencia es apenas un pasito comparada a la de tantas personas que han caminado kilómetros y kilómetros.
Algunos dirán que estoy creando un culto narcisista, que es pecado hablar de uno como si uno fuera la última Coca-Cola del desierto en botella de colección con tapita premiada,… pero es bonito quererse. ¿Por qué —pregunto yo —si uno se desboca en halagos a la gente que adora y la hace sentir bien, uno no hace lo mismo con uno mismo? No es creerse algo que uno definitivamente no es, pero resaltar todo lo bueno que uno tiene y poder sonreír en las mañanas pensando “aquí donde me ven, nadie me conoce, no salgo en la televisión ni en los calendarios… y yo también brillo”. Odiarse sin razón es tonto, el exceso de humildad no lleva a ninguna parte. Jesús no se empequeñeció ni se quedó callado sabiendo que tenía tan buenas ideas. Miren adónde llegó.
No me importa escribirlo por todas partes y proclamárselo al mundo, no me importa lo que piensen de mí por creer en mí misma y apreciar a la gente que me infunde fuerzas: YO BRILLO.
Estoy escuchando: The Memory of Trees, de Enya
Me siento: Feliz