En una época no muy remota escuchábamos todo lo que se nos decía con atención incondicional, sin imaginar que algo se ocultaba más allá de la mirada, de la palabra, del gesto. Todo estaba destinado a ser, no ser ‘bueno’ o ‘malo’ sino ser, sin ir más lejos. Éramos inocentes. Ahora nos hallamos frente a multitud de encrucijadas mentales, entre el pensamiento agudo y el acto que siempre consideramos enmascarado. ¿Qué sucede cuando dos miradas dejan de ser simplemente cuatro írises castaños observándose fijamente? ¿Qué sucede cuando aprendemos a leer lo que está escondido tras una risa tímida y picarona? Una mano cesa de ser una simple extremidad que toma lo que desea para convertirse en un miembro expresivo, exploratorio, peligroso. No, ya no pensamos como antes. Ya no sentimos como antes. La inocencia se ha ido para nunca más volver, y por más que no queramos debemos aceptar que ahora caminamos al borde del deseo.
Estoy escuchando: Malibu, de Hole
Me siento: Meditabunda