El regreso al silencio, 2

Según las reglas de mi retiro autoimpuesto, mañana puedo volver a mirar mi TL de Facebook y Twitter. Pero no estoy segura de que esa sea una buena idea. Podría pensar que tengo un problema de verdad y ahora me va a tocar como a los que van a Alcohólicos Anónimos y les toca pasar el resto de su vida sin tocar una sola gota de trago. Pero no creo que sea tan grave. Solo estoy hastiada y un poco temerosa de lo que le hacen los mecanismos de gratificación instantánea al cerebro.

Fuera de la compulsión inminente, tengo otras razones para no reincorporarme a las dinámicas de las redes sociales:

  1. Por el derecho a tener pocas personas en la cabeza. Si no quiero volver a saber de alguien, quisiera conservar mi derecho a olvidarlo sin tropezarme con él en las menciones de todos como si trabajáramos juntos. Además, quiero pensar que la gente que recuerdo es la gente con la que realmente tengo un vínculo. Saber que hablamos, no que estamos ahí flotando intercambiando opiniones sobre el tema del día sin saber ni quiénes somos.
  2. Porque ahora me siento menos distraída para hacer las cosas que quiero. Me gusta escribir en este blog, pero eso se me había olvidado. La inmediatez de los 140 caracteres se había comido el gusto que yo le tenía al esfuerzo de escribir cosas más largas.
  3. Porque el vacío y el silencio dieron pie a la introspección. He tenido mucho tiempo para pensar y leer y entender partes de mi vida que suponían (o aún suponen) un obstáculo para mí. Creo que las redes sociales y las noticias basura me habían dormido ante estas realidades que debo enfrentar en vez de evadir.

La gente me mira raro cuando hablo de estas cosas, pero supongo que es más fácil caer en la adicción a las redes sociales cuando uno trabaja aislado y estas dan la sensación de ser un sucedáneo de la interacción social cotidiana. Pero ahora veo que no hay que temerle al silencio absoluto, a no hablar con a nadie a veces y lidiar con uno mismo y ya. Esa es una lección que debería haber aprendido en Tsukuba. Pero nunca es tarde.

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