El dueño de todos los azules

En un edificio esquinero vive el dueño de todos los azules. Desde allí trabaja con palabras. Podría decirse que él y yo estamos ubicados en puntos diferentes de la misma cadena de producción: yo transformo y él pule lo transformado. Sin embargo, pertenecemos a fábricas distintas, la de él mucho más glamorosa que la mía.

He sido invitada a hacer mis tareas en su casa. Me acomodo en una mesa con frascos llenos de lápices de colores. “Portalápices”, corrige él. En uno de ellos hay un ramillete enorme de todos los tonos posibles de azul. Nunca había visto algo así en un lugar que no fuera una papelería.

Lo mejor de los colores son sus nombres, reflexiono. Una vez me compré un esfero solo porque la etiqueta lo describía como “Pompadour”. En algún momento le doy a elegir a mi anfitrión algunas de mis postales de Pantone como regalo. Él escoge “Petit Four” y “Willow Bough”. Ahora puede hacer un bosque.

El dueño de todos los azules lanza expresiones como “objeto de su animadversión” en una conversación casual. Se me ocurre que quizá no solo le pertenecen todos los azules, sino también todas las palabras. Tiene bonita voz.

A veces pienso en la diferencia de ritmos que hay en lo que hacemos, mi tecleo frenético contra su lectura cuidadosa. Tal vez eso explica la música diametralmente distinta que escuchamos mientras estamos ocupados. Menos mal existen los audífonos. Para rematar, yo bailo en la silla sin dejar de teclear y rompo en canto cuando suena algo que me gusta y me sé. No le recomiendo a nadie trabajar cerca de mí.

El día pasa y yo sigo en mi puesto, amarrada a un manual de etiquetado para electrodomésticos. De cuando en cuando me desespero y tomo el cuaderno de dibujo. Frente a los atados de lápices de colores voy armando una sombra de tinta negra cada vez más grande. No tiene mucho sentido envidiar al dueño de todos los azules desde esta oscura monocromía en la que me siento cada vez más cómoda. Pero no deja de ser fascinante.

Vuelvo a mi casa. Hablamos brevemente por teléfono. Le digo que se tome un té antes de dormir. No soy capaz de sugerir que nos veamos de nuevo.

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