Un reencuentro amistoso

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hablaron. Se solían contar todo y buscaban un momento para charlar todos o casi todos los días. Pero eso fue en otra época. Los días, las semanas y los meses se han acumulado como papeles olvidados sobre una mesa y la ausencia se ha dejado de notar hace rato.

Hablan de un tema concreto que agotan con diligencia. Ahora solo queda el silencio sobre las caras dibujando trayectorias nerviosas en los ojos y las comisuras de los labios. Tratan de remediarlo preguntando qué han hecho, a qué se dedican, qué hay de nuevo. No es que realmente les interese saberlo, así como a ninguno de los dos le anima explicar su vida en detalle. Al menos no a ese interlocutor en particular. Descripciones someras, brochazos burdos que no alcanzan a dar cuenta de nada. La aventura más fascinante queda reducida a “nada, ahí, lo mismo de siempre”. Uno de los dos incorpora personajes que solo le son familiares a él en una anécdota anodina sin ningún tipo de explicación, exigiéndole implícitamente a su interlocutor que tenga o finja tener conocimiento de ellos. Es una manera sutil pero contundente de demostrarle que ya no hace parte de su universo. El otro dice “ajá” como por no poner en evidencia el truco, no espetarle al mago fallido del insulto que ese idioma no lo habla, que esos nombres no tienen caras y que si las tienen no corresponden a nadie que le produzca la menor curiosidad.

El silencio vuelve a caer lenta e inevitablemente como una pluma tras el último soplido exhausto de un concurso para mantenerla en el aire. Luego vienen los formalismos: bueno, tengo cosas que hacer, sí, yo también, hablamos después, otro día nos vemos, adiós. A la brevísima vergüenza de confirmarse ajenos le sigue el alivio de la ausencia renovada. Queda la esperanza de que ninguno de los dos llegue a sentirse apremiado por la decencia para repetir el encuentro.

2 Responses to “Un reencuentro amistoso”


  • Yo no hubiera descrito mejor esa escena. He pasado más de una vez por ahí.

  • Es más curioso cuando una de las dos personas pone actitud de felicidad y uy qué alegría. Pero las preguntas siguen siendo igual de simples y el resultado sigue siendo el mismo.
    Al final, no tienen idea de cómo está la otra persona.

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