3.11 (tres años después)

Ya han pasado tres años. En tres años no he vuelto a Japón. Intenté cruzar el Pacífico una vez pero me quedé en la mitad, en un paraíso aguamarina. Es raro pensar en conmemorar al mismo tiempo cosas tan felices y otras tan tristes. Me gradué, prueba de que sobreviví, ¡pero qué manera de probar que lo hice! Salvada de milagro en una bahía montañosa de la isla de Kyushu.

A veces pienso en esa tarde y en cómo me enteré de todo por Twitter —mientras la vida seguía tan normal al otro lado del país—, el camino confundido de vuelta al ryokan, las imágenes en la televisión. Especialmente las imágenes en la televisión. La sensación al despertarme al otro día y caer en cuenta de que eso había sucedido. Recuerdo que me la pasé pensando que una ciudad bombardeada no era un buen lugar para pensar en cómo volver a un área recién arrancada de su cotidianidad por un terremoto monstruoso.

Sin embargo, los recuerdos de angustia vienen inexorablemente ligados a otros, positivos, como el sabor del kakuni manju que me fui comiendo por la calle minutos antes de que temblara —ubiqué el momento por la hora de las fotos que tomé ese día—. El sol brillaba sobre los mártires crucificados de otra época, un parque con patos cubría las vajillas rotas y bicicletas derretidas de otra época. Había miedo, tristeza y cansancio pero todo a mi alrededor era increíblemente hermoso.

A pesar de todo, pienso en Nagasaki y me siento agradecida. Estoy convencida de que algún día volveré allá a rendirle homenaje a la ciudad por haberme acogido en un momento tan difícil y confuso.

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