Seismograph

Hoy escribo por necesidad. No, déjenme replantear esta frase. Lleno este rectángulo blanco por necesidad. Quedarme con el “escribo” supondría que tengo ideas y los voy a emocionar a todos con algo bien pensado y trabajado. Pero no. Esta vez saco cosas de la cabeza directamente y sin medirme: esta es la raya ondulante del sismógrafo.

No acabo de decir eso y ya me toca detenerme. Creo que acabo de correr para tomar impulso y me detuve al borde del acantilado. No hay adónde saltar ni cómo. Creo que perdí las palabras. No pasó mucho tiempo después de mi entrada al mundo corporativo y ya me adormecí con el zumbido de los computadores. Yo misma me dejé encerrar en un triángulo entre el afán, el tedio y el sueño. Y no es que el trabajo en sí sea lo peor que me haya sucedido porque la verdad es que lo hago de buena gana, pero me inquieta bastante el hecho de haberme alejado de todo lo que consideraba que me definía para cumplir con entereza mi labor de ejecutadora de órdenes. Pero el problema tampoco son las órdenes. Supongo que el lío es que este rectángulo blanco era yo y ahora está vacío.

No creo que la solución radique en abandonar este puesto y dedicarme a reflexionar para producir mi obra maestra. Tal vez todo sea como dice Andrés Gualdrón: cuestión de dormir menos. Qué importa empeorar la facha si eso implica recuperar lo de adentro. Quiero mirarme al espejo y no ver tan solo un cero corporativo. Eso es durante el día, pero ¿después qué? ¿Voy a dejar que se sigan pudriendo los pensamientos en mi cabeza?

Todo radica en mí, lógicamente. Tengo los elementos para superar la crisis. Por un lado, sé qué es lo que quiero (¿necesito?) hacer para mantener la cordura. Por otro, ya le cogí el tiro al contenido de esta rutina, más o menos. Con cierto gusto incluso. Ahora me toca tomar estas hebras separadas y aprender a hacer una trenza.

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