Esta es la historia de un recién egresado de literatura que se creía demasiado exquisito para la sociedad por haber cursado un pregrado en humanidades. Un día entró a trabajar a una oficina, vaya usted a saber por qué, y se indignó porque tenía que recalentar su almuerzo en un microondas rodeado de señoras bajitas y flacas con el pelo teñido de rubio cenizo excesivamente alisado y blusa blanca embutida dentro del pantalón ajustado. Muchas cosas pasaban por la cabeza del joven mientras miraba su recipiente de plástico dar vueltas entre la caja iluminada. Pensaba en el libro que estaba en mora de escribir, en los cafetines de Buenos Aires que no estaba frecuentando para empaparse de verdadera cultura y escribir dicho libro, en el asco que le daban todos aquellos que ni por un instante habían contemplado las bondades de the life of the mind. Valdría la pena preguntarse, empero, por qué este artista en ciernes no empleaba sus horas libres en hacer el manuscrito que lo llevaría a la gloria si tanto lo desvelaba el asunto. El microondas pitó. Mientras tanto, en Buenos Aires, un señor llegaba a un cafetín, pedía una porción de queso roquefort y leía las noticias deportivas bajo el rostro luminoso y cuadrado de Susana Giménez.
Me hiciste reír, muy simpática la entrada de hoy.
¡Ja!