¿Qué puedo decir que no se haya dicho ya? Todo, pues nada se profirió; fueron tantos los silencios… Mis dedos trastablillan en el teclado buscando palabras jamás pronunciadas, buscando ojos y labios y manos inmersos en tinta negra, el buceo que culmina a orillas de una espalda.
Podría decir que le prometí que no escribiría mis observaciones sobre él, las escasas que le di frente al hotel en Medellín esa tarde, las que se fueron acumulando con el pasar de los días. No escribiría sobre cómo frunce los labios cuando se ríe, como tratando de contener el estruendo, o sobre cómo en mi mente él siempre tiene esa barba rala que me encantaba acariciar mientras él cerraba los ojos. No escribiría que temo olvidar el sonido de su voz.
Decir que estallábamos en carcajadas que eran como bandadas de palomas asustadas, que me habría gustado tomarle muchas más fotos—¡aún a sabiendas de que su mirada profunda nunca quedó perfectamente replicada en pixeles!—, que se burlaba de mi elección de vocabulario al hablar, que me quedé embelesada viendo con un solo ojo la instalación de su presencia solitaria en una galería vacía del Museo de Antioquia.
Pero nada de eso saldrá de mi boca. En silencio (aunque sonrientes) hemos retornado a nuestras respectivas galaxias distantes, luces antiquísimas que él entiende y yo solo atino a imaginar. Tal vez un día el radiotelescopio a la salida de mi barrio en Tsukuba capte una señal que me motive a soñar con un párrafo nuevo después de este punto final.
[ Hu Hu Hu — Natalia Lafourcade ]
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