Hace mucho tiempo, cuando vivía en el dormitorio de Ichinoya, tenía una amiga que nos invitaba a Azuma y a mí a comer a su cuarto. Preparaba toda suerte de manjares típicos de su país y nos los ofrecía, así sin más. Un día decidimos devolver atenciones e invitarla a desayunar algo típico nuestro. Ella aceptó ir al cuarto de Azuma, donde la esperaban unos deliciosos huevos revueltos sobre pan tajado y agua de panela con leche. Pero entonces, sin habernos dejado servirle siquiera, sentenció:
—Yo sólo desayuno banano.
Y a los cinco minutos se fue.
A mi vecino, el señor Sakaguchi, le llamó la atención que yo mantuviera esta anécdota tan fresca en mi memoria pese al tiempo que ha transcurrido tras el infame suceso. Entonces anotó que él acababa de empezar una dieta según la cual sólo desayunaría banano y agua. Esto tuvo que decírmelo, claro, justo cuando me disponía a servirle tostadas francesas con tocineta recién preparadas por mí. No obstante, comió con gusto y no quedé viendo un chispero como cuando Azuma y yo terminamos viendo televisión educativa al no tener ánimos de hacer más. Pero no nos desviemos de lo interesante: el hombre que estaba sentado frente a mí estaba haciendo dieta. Y no cualquier dieta: la dieta del banano. Desde donde yo estaba sentada podía atisbar a través de un resquicio entre los botones de su camisa—y puedo asegurarles que el hombre no está necesitado de ningún régimen. Empero, el señor decidió que había comido demasiado durante sus últimas vacaciones en Bonn y la mejor manera de recuperar su figura—¿si así está mal cómo estará bien?—era desayunando banano con agua, tal como aconsejaban en televisión.
Ha tenido tanta acogida la dichosa dieta que en las noticias anuncian que el producto está escaseando en los supermercados del país. Las ventas de la fruta han subido un 70% y ha habido un incremento en los precios. Nunca antes había habido tanta demanda del banano como ahora, aseguran representantes de Dole. Japón es un país fanático de los regímenes y arrasa con todo aquello que los medios proclamen como adelgazante, sea lo que sea. El año pasado fue el nattou (fríjol de soya fermentado), ahora es esta poco emocionante fruta y quién sabe qué vendrá después. Yo no sé qué es lo que los tiene tan obsesionados con la pérdida de peso si la obesidad es un mal que prácticamente no los ataca. No conozco una dieta tan saludable como la japonesa, provista de verduras, pescado y arroz a granel. La variedad de pasabocas y dulces deja mucho que desear, lo cual sumado a la inexistencia de buen pan es garantía del éxito a la hora de privarse de antojos engordantes. Y sin embargo, ¿tienen que someterse a estos rituales?
Creo que algo les está diciendo a los japoneses que no es posible sentirse bien sin sentirse mal y que sólo en el sacrificio se puede encontrar la redención. La redención de qué, es una buena pregunta. El problema de las dietas no afecta sólo a este archipiélago; cada fascículo de las revistas alrededor del mundo es una nueva promesa de renacimiento con una nueva identidad, un nuevo yo sin rostro, un ideal numérico que mágicamente convertirá a hombres y mujeres en mejores personas, menos tímidas y más exitosas. Pronto saldrá un estudio rebatiendo las ‘milagrosas’ propiedades del banano, tal como hicieron con el nattou para decepción de todos. Entonces surgirá algún otro ‘superalimento’, como les llaman, y todos se abalanzarán a comprarlo a ver si esta vez sí funciona y por fin puedan ir a bañarse a la playa, o comprarse mejor ropa, o hablarle a la persona que les gusta.
Le pregunté a Sakaguchi si la dieta ha arrojado algún resultado hasta ahora. Él asegura que ha bajado barriga y se siente más saludable. Yo no sé de qué barriga habla, pero con tal de que no me rechace el próximo desayuno, qué le vamos a hacer.
[ Hey Bulldog — The Beatles ]
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