La mudanza, o lo que va de ella

Jinrikisha para turistas en Asakusa, Tokio. Foto mía.

Estoy completamente adolorida y extenuada. Me duelen las piernas, la cintura, los brazos, todo. Si consigo teclear es porque puedo mantener los brazos recostados contra el escritorio y no necesito pararme. Espero que no me dé sed porque no tengo ninguna intención de dirigirme hacia la nevera.

Después de perder la mitad de mis vacaciones de primavera corriendo a recoger y entregar papeles por todas partes, ha empezado oficialmente la temporada de mudanza. Por un lado es emocionante al saber que jamás de los jamases volveré a ver u oír a la [inserte todos los insultos que se le ocurran aquí] de mi vecina y que por fin estaré en un apartamento real con cocina y baño. Atrás quedarán los días del cochino dormitorio donde la gente deja huesos de pollo en los pasillos, los gatos sarnosos dormitan sobre las motos y hay carteles de “no escupir en las paredes”.

Mudarse es teóricamente fácil. Se bota lo que no sirve, se guarda el resto en cajas y se espera a los del camión para que hagan el trabajo pesado. Pero yo debo ser entre tacaña y masoquista porque he decidido ahorrarme el paso del camión. He ignorado las advertencias de mi madre preocupada y la promesa de ayuda económica de mi abuela (“si me das esa plata la usaré para comprar otra cosa y no para pagarles a esos estafadores”, le respondí) y he decidido, con ayuda de Azuma, tomar una carretilla de dos ruedas—de esas que se ven en los sitios turísticos para pasear a la vieja usanza, pero de carga—y llevarla al nuevo edificio repleta de muebles y cachivaches.

***

Acá cambia el tono de la historia, si bien ni siquiera alcanzó a empezar. La autora, recuperada al fin del intenso dolor muscular, les cuenta a los lectores que sólo alcanzó a hacer un viaje con la carretilla. Al regreso el cansancio era tan terrible que ella y Azuma decidieron dedicarse a oficios menos ingratos como la fotografía de flores. ¿Hay algo de más esplendor que el aroma de las magnolias?

Entra el tutor en escena. La autora gesticula al hablar de la salvación encarnada en su tutor, quien llegó en automóvil para ayudar a llevar todo el resto de cosas que de alguna manera Azuma y la autora pretendían arrastrar en un jinrikisha. En dos días llevaron todos los muebles, toda la ropa y casi todos los cachivaches que había en los cuartos de ambas. Aún falta, pero ya es poco comparado con lo que les esperaba tras aquella bella mañana primaveral. Sale el tutor.

***

En todo caso somos unas ilusas al creer que podíamos hacerlo solas y por tan rudimentarios medios. Si no hubiera sido por el tutor, en este momento estaría llorando de la desesperación. O tal vez ni habría tiempo para eso; estaría arrastrando bolsas en el bus desde las seis de la mañana.

Mañana al mediodía nos entregarán las llaves de nuestros respectivos apartamentos y saldré de una vez por todas de este agujero con vista a un árbol muerto. Después de la larga espera ocuparé un espacio decente, digno de un ser humano. Ver este cuarto desnudo, tal como hace un año, me provoca repulsión y asombro. ¿Cómo pude aguantar tanto tiempo en un lugar tan espantoso?

La esperanza, supongo.

[ Vertigo — Jump, Little Children ]

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