Hai

Minori y yo siempre hemos hablando en una mezcla de tres idiomas, con la pacífica confianza de los ex-esposos que se separaron por no entenderse y sin embargo se comprenden bastante bien. Nunca nos casamos, pero mi corazón a veces me hace creer que sí, tal vez por el nivel de cotidianidad que alcanzamos en aquella esquina de Iowa. Recordarlo es recordar carritos de supermercado con bultos rosados de arroz, una alarma anti-incendio sofocada con un trapo mientras se termina de fritar una berenjena, dos vasos de jugo de uva acompañando un plato hirviente de kare raisu al frente del televisor.

El viernes mientras cruzaba la universidad para ir a clase de Japonés me encontré con dos compañeras de colegio. Sólo una de ellas hablaba; de la presencia de la segunda me llegué a percatar un rato después. Me preguntó en qué semestre iba, le conté que lo más probable era que empezara de nuevo el próximo año. No acababa de mencionarlo cuando me vi atrapada en una avalancha de preguntas. Era una avalancha tan grande e impetuosa, tan obvia, que no la vi venir:
—¿Y tu ex-novio? ¿Volvieron? ¿Van a volver? ¿Por qué está donde está? ¿Y tu novio? Van a terminar porque te vas, ¿cierto?
Era una avalancha tan violenta y descontrolada que no supe sino deslizarme por su corriente en un salvavidas de hombros encogidos.

Más tarde Asai Sensei decidió charlar con algunos de sus alumnos después de clase. El tema principal eran mis dudas acerca del viaje y la vida en Japón. El asunto Minori afloró después de un rato, como era de esperarse. Las preguntas de rigor sobre tan inusual relación fueron pacientemente respondidas. Creo que yo misma no sé contestarlas muy bien, y ante la nube de porqués que siempre queda flotando en el aire, no hago sino buscar una razón para que todos los caminos conduzcan a él. Ha pasado bastante tiempo desde que mi vida dejó de transcurrir en función de cajas, postales y un hermoso par de ojos rasgados, pero todo el mundo ve un sendero de cenizas allí donde han quedado mis huellas. Algunos creen que el viaje que me dispongo a hacer tiene el tinte Hollywoodesco de la aventura en busca de un viejo amor, algo que suena muy bien y me convertiría en un ser valiente y cursi, una representación fiel de los estragos que Meg Ryan causa en quienes ven sus películas entre suspiros de “por qué no me pasa eso a mi”. Pero no, yo voy porque yo voy, porque ese país venía pintado de rojo en mi mapamundi y en mi alma.

Igual, ninguna justificación que yo dé barrerá los grises residuos que me acompañan. En mi rostro están las cicatrices de las sonrisas que provocó cada caja, pero espero que algún día las brasas extintas sean de otro color y las marcas de otras sonrisas. O simplemente seguir pasando mi escoba diligentemente mientras otra llama arde sin extinguirse jamás.

[ Edward Scissorhands Theme — Danny Elfman ]

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