Papel de arroz

Ésta ha sido la segunda vez que salimos corriendo al sótano de Terraza Pasteur a comprar papel de arroz. La primera hicimos una parada en una tienda de arte para equiparnos de tubitos de acuarela ocre y azul de Prusia. Supimos, en cuanto desenrollamos el supuesto pliego que nos fue entregado entre los chillones anuncios de descuentos de algún supermercado, que no tendríamos sino una oportunidad para plasmar aquello que constituiría la entrega final de cada sección de nuestra clase. Aún así, volvimos a comprarle el precioso producto al solitario señor que no entiende mucho español.

Lo primero que aprendí acerca de este singular papel, fuera de que no está hecho de arroz, es que la gente lo compra más que todo para partirlo en cuadritos diminutos y enrollar no propiamente grama. Lo segundo, que tiene una capacidad asombrosa de absorción. Lo segundo vino a mí a medianoche, en el silencio de un vidrio del cual desaparecieron mágicamente un par de charquitos verdosos. Lo primero, en cambio, no nos lo dijo el señor de la tiendita ni constituía una entrada de nuestro banco de datos; lo supe por las risitas sospechosas de mis amigas, quienes sólo saben que no acepté su compañía cuando me dirigía al sótano de uno de los peores centros comerciales de Bogotá con el fin de comprar el dichoso implemento. Ahora aseguran que el propósito final de estas jornadas es caer en un extraño estado de gozo dando nombre a las manchas descoloridas que fluyen desde nuestras mentes sosegadas.

No es cierto que nuestros pequeños pliegos se achiquen aún más. Sin embargo, puede que en cierto modo, tengan razón en sus burlones rumores. Si vieran la felicidad que da sacar, de un solo borrón aguado, las hojas de un crisantemo…

SUENA: Por un instante, la voz de un curioso pero simpático ser deseándome buena suerte en mi parcial de Historia de la Ciencia

0 Responses to “Papel de arroz”


  • No Comments

Leave a Reply