—Qué humor tan fino, el tuyo —, dijo ella con una sonrisa tan forzada que la gracia de sus labios rojos se asemejó a una flor de abutilón marchita luchando por conservar su inútil color. Su ilusión de hallar un motivo para reír todos los días se había deformado poco a poco con los constantes y vergonzosos chascarrillos de su esposo. Se había deformado exactamente como su cara en ese instante.
Qué humor tan fino, el de la vida.
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