Dos de enero de 2024. No me equivoqué escribiendo el año; empezamos bien.
Estoy estrenando computador. El que venía usando hasta ahora duró bastante, pero, como todo, finalmente caducó. La verdad es que ese computador siempre fue defectuoso, pero yo andaba tan ocupada que nunca me atreví a mandarlo revisar por miedo a perder trabajo. Al cabo de máximo dos años de comprado y una actualización de la OS dejó de encenderse automáticamente al abrirlo, y no mucho tiempo después empezó a reiniciarse cuando se le agotaba la batería. No podía yo dejarlo desatendido sin su enchufe porque corría el riesgo de perder cualquier proceso en curso. En retrospectiva, no entiendo cómo me acostumbré a tamaña incomodidad y dejé pasar tanto tiempo así. Al menos fue el computador y no una mala relación.
Ya en su senectud, el computador empezó a exhibir otros achaques más desestabilizadores, como las teclas tercas: unas sacaban caracteres repetidos, y otras se negaban a funcionar sin algo de fuerza o maña. El problema empezó de a pocos, con algo de suciedad bajo el teclado que se arreglaba fácilmente, pero se volvió crónico después de un accidente con agua que casi me deja sin la barra luminosa multiusos que caracterizaba este modelo. Y aún así yo seguía espoleando a esta pobre bestia acabada. No quiero hacer el cálculo de cuánto tiempo perdí en total borrando palabras mal escritas. Llegué a confiar sobremanera en el autocorrector. Era un poco como manejar un carro en neutro para evitar gastar la poca gasolina que queda.
La gota que rebosó la copa, por fin, ya para colmo, fue la pantalla: creo que como consecuencia de un accidente años atrás (un violento jalón de cables con desplome al piso del que aparentemente había salido bien librado), el computador quedó con algo medio suelto al interior, alguna conexión floja entre la pantalla y el resto del aparato. A mediados del año pasado, otra caída, con el computador cerrado y a mucha menor distancia, pero por descuido descarado, selló el destino de la máquina: solo se veían imágenes si el teclado y la pantalla formaban un ángulo de 70º o menos. Tocó comprar de inmediato una pantalla externa y ahí sí empezó a cocerse (a fuego lento) la urgencia del cambio.
La historia termina idealmente con una compra rápida, una corta espera y el feliz arribo de una caja, ¡pero no! Aquí también hubo que sufrir. Le venía echando el ojo a un modelo en particular, pero de la noche a la mañana lo descontinuaron y anunciaron el lanzamiento de uno mejor. Decidí dar un salto al vacío y pedirlo por adelantado justo antes de viajar a Colombia, cual fanática de la marca (más que todo por la urgencia de trabajar con una pantalla funcional lejos de casa). El aparato nunca llegó; los del envío me dijeron que simplemente no apareció en el camión de entrega. Me tocó irme, seguir viviendo con la pantalla gacha y esperar para pedir un reemplazo.
Y bueno, todo esto para contar que, hace dos días, al retornar de un paseo, encontré por fin frente a mi puerta la caja y la solución tan anhelada y pospuesta, y hoy eché a andar su contenido. Y este teclado es tan suave que escribir toda esta perorata es un placer.
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