積ん読

El otro día se me dio por leer un libro en japonés que tenía por ahí. Se trataba de una selección de cuentos de Haruki Murakami que, suponía yo, debía haber venido en una de esas cajas que a veces mando traer de Japón.

Leer en japonés se me dificulta muchísimo ahora que voy a cumplir cuatro años de haber regresado de Tsukuba, así que las imágenes escritas transcurren para mí a paso de caracol. No obstante, aún sin haber terminado siquiera el primer cuento, se me ocurrió que podría conseguir más títulos de la misma colección y seguir expandiendo esta especie de universo recién redescubierto. Así pues, entré a Amazon.jp y busqué el libro que estoy leyendo para así encontrar los demás en los vínculos de “artículos relacionados”. En la parte superior de la página de resultado me salió un aviso: “Usted compró este libro el 24 de febrero de 2010”. ¿¡Qué!?

Según Amazon.jp, hace cinco años ordené cuatro libros: uno para mi tesis, uno de interés general (estudios sobre matoneo entre jovencitas), uno para no sentirme tan bruta y light frente a los hombres que admiraba, y finalmente el libro de cuentos de Murakami. De esos, el único que leí entero fue el de la tesis. Otro lo he intentado leer una y otra y otra vez sin mucho éxito —¿el libro me es insoportable o realmente soy tan bruta y light como creía?—. Los otros dos se quedaron nuevecitos en la biblioteca. Luego los metí en cajas, los mandé en barco hasta acá, los puse en otra otra biblioteca y los olvidé. Hasta ahora. Ya solo queda uno invicto.

Dicen que uno compra libros creyendo estar comprando el tiempo para leerlos. De hecho, los de 2010 no son los únicos que me están esperando; he seguido acumulando más, convencidísima de que tarde o temprano los voy a devorar, o tal vez satisfecha con el mero placer estético de su aparición en mi cuarto. Lo peor es que, como mencioné hace dos párrafos, sigo con la intención de adquirir todavía más. Hubo un momento, hace no mucho, en que llegué a pensar en no comprar más libros hasta no terminar los que tengo, pero no nos engañemos: la tentación es demasiado fuerte como para quedarse uno quieto en las librerías, ya sean físicas o virtuales.

Desafortunadamente, a pesar de nuestra insaciable sed de lectura (o de simple acumulación de papel entintado y cosido), la vida es finita y no podremos devorar todos los tomos que quisiéramos. Peor aún con la amenaza de Internet y sus “contenidos” rondando cerca. No me siento en capacidad de decirles qué deberían hacer al respecto, pero yo, por lo pronto, estoy tratando de convertir los clics nerviosos (mi problema de siempre) en ratos de lectura fuera del computador. Quiero pensar que algún día llegaré a un punto de equilibrio entre los libros leídos y aquellos entrantes y no estoy simplemente desperdiciando mi dinero en promesas acumuladas. No obstante, aún si avanzo a paso de caracol, desde ya tengo la satisfacción de que los libros pospuestos no esperaron su turno en vano.

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