蜂蜜

Esta tarde decidí dar un paseo largo en bicicleta. El clima otoñal era espléndido y las punzadas de terror en el estómago se habían convertido en ansias de volver a rodar unas caídas atrás.

Tras hacer un par de diligencias que me alejaron bastante del dormitorio, me detuve un par de segundos en un cruce y me lancé hacia un camino desconocido que jamás habría recorrido a pie. Con los arrozales a mi lado derecho, el Monte Tsukuba de fondo recordándome el Cerro El Cable en Bogotá y una fila de flores amarillas nunca antes vistas a lo largo de una cerca metálica, decidí que en ese preciso instante me encontraba en el lugar correcto. Una trocha cubierta de hojas secas entre el bosque a través de cuyas bóvedas enramadas se lograban colar los últimos anaranjados rayos de sol lo confirmó.

Cuando regresé al cuarto decidí ver You’ve Got Mail por trigésima cuarta vez en lugar de dedicarme a asuntos más importantes. Con algo de impaciencia esperé la escena final en la que NY152 y Shopgirl se reencuentran para revelar que en realidad son Kathleen Kelly y Joe Fox, cosa que venían sospechando desde hacía ya un rato, de tal manera que no les queda más que lagrimear de felicidad ante la bondad de las coincidencias y darse un beso como inauguración del resto de su vida que todos sabemos que será perfecta porque así es como le sucede a Meg Ryan en las películas. Éste suele ser el momento en que un miembro cualquiera del público femenino piensa “¿por qué no tengo una vida así?” y suspira, preferiblemente en compañía de un par de amigas, soñando con ciudades mágicas en otoño y hombres que no se parecen en nada a esos cerdos que van a las fiestas.

Pero esta vez nada de eso sucedió. El hechizo del séptimo arte no surtió efecto alguno en mí; el inexorable destino de la protagonista se cumplió y yo ni me inmuté. ¿Qué pasó? ¿Es que acaso se me ha tornado indiferente el hecho de que Meg Ryan acapare para sí todos los finales felices del mundo? ¿Es que ya no me interesa protestar por el pedazo de felicidad que me corresponde, con sus florituras de palabras certeras en mi oído y caminatas por ciudades de colores? ¿Tan insensible me he vuelto?

No es que haya perdido la esperanza, o que en mí ya no se encuentre esa propensión a ser conmovida tan apetecida por los productores de comedias románticas. Lo que pasa—¡dichosa yo que lo descubrí enceguecida por el atardecer que se colaba frente a mí por entre las ramas!—es que mi vida, por más solitaria que pueda verse en algunas ocasiones, es tanto o más cursi que todas esas películas juntas.

[ Kvar Acharei Chatsot — Ilanit ]

1 Response to “蜂蜜”


  • Querida Olavia del pasado:

    Ese es el encanto. Internet ha formado nuestra vida sentimental, y bien lo sabes. Por eso verás esta película ocho años después y llorarás conmovida. Entonces no envidiarás a Meg Ryan sino que te verás reflejada en ella. Te falta tanto aún.

    No lloraste esta vez porque creías que lo tenías todo resuelto. Sin embargo, temo informarte que ese amor que tienes ahora se irá, y vendrá otro, y tal vez otro más, y la historia se complicará terriblemente. La Olavia de otro futuro nos contará qué pasó al fin. A mí también me falta otro trecho, supongo.

    Por cierto, esas caminatas por ciudades de colores que mencionas, las vas a tener por montones. Y las palabras certeras también las conocerás, y con el tiempo aprenderás que no son suficientes. Las palabras, digo. Las caminatas sí son lo máximo.

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