Una pesadilla de esas en las que uno corre y no alcanza

La vieja fantasía se ha hecho realidad. Los días se suceden el uno al otro, iguales, repetitivos como los paisajes que recorrían los Picapiedra. Siempre hay que ir a la universidad, siempre hay que llevar un rompecabezas armado en la cabeza, cuidando que ninguna pieza llegue a perder su lugar. Esta mañana me levanté temprano a repasar latín, convencida de que todo terminaría después de este viernes.

¿Viernes? ¿Cuál viernes? ¡Hoy es sábado!

Podría llegar Navidad, podría llegar Año Nuevo, y yo podría seguir yendo indefinidamente al páramo de niebla de alquitrán. Sábados, domingos y festivos sentada en un pupitre, en una banca, en un sofá, en una oficina, respondiendo dudas, entregando carpetas, informando notas, tabulando asistencia, confundiendo el chino con el japonés, rehusándome a aprenderme los tiempos verbales en latín, tarareando canciones en mi cabeza. Podría envejecer haciendo esto sin darme cuenta, dejar que el semestre se convierta en una vida entera y yo seguir acudiendo todas las mañanas, disgustada porque siempre voy tarde, resignada porque no haré nada para dejar de ir tarde, con los caracteres chinos enloquecidos como los de los cinturones que venden por ahí, la gramática japonesa borrosa y tímida, el latín intacto y polvoroso como un instrumento perdido en una caja de terciopelo.

Hoy es viernes, ¿verdad? Tal vez el lunes también lo sea, después de la cita al optómetra, y el martes y el miércoles y todos los días que perderán sus respectivos nombres cuando deje de creer en los calendarios, lo cual sucederá más pronto de lo que pueda imaginar.

Me pregunto qué tendré que estudiar para mañana.

[ Seven Days in Sunny June — Jamiroquai ]

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