Mata Atode, Sensei

En enero de 2004, 30 estudiantes aguardaban nerviosamente el principio de una clase en un salón del Ll. En la segunda fila, contra la pared, estaba sentada yo esperando al profesor de Japonés 1. Por alguna confusión pensé que recibiríamos las lecciones de Barrera Sensei, el jefe de jefes de Estudios Asiáticos en la universidad. Sin embargo, al cabo de unos diez minutos que no sé qué tan eternos se me hicieron, apareció un hombre desconocido, mucho más joven y con una sonrisa de oreja a oreja. En ese momento, y a lo largo de aquel primer semestre, se me antojó igualito al príncipe Malagant en Lancelot —ahora pienso que se parece mucho a Kwai Chan Kane en la primera versión de Kung Fu. Cerró la puerta, pero ésta volvió a abrirse. “Nandesuka—“, murmuró, sin dejar de sonreír. El choque de no tener a quien esperaba de profesor duró varias semanas: este profesor parecía demasiado joven, demasiado jovial para ponerse a enseñar una lengua que para ese entonces yo chapurreaba muy pobremente gracias a mi vida amorosa. El señor escribió su nombre en el tablero y se dispuso a explicarnos de una vez la abismal diferencia que hay entre el japonés y el chino, escribiendo un ejemplo en la segunda lengua y leyéndolo en voz alta. El hecho de que dominara eso que parecía imposible de hablar me pareció fascinante.

Así empezó mi relación con el Sensei. El señor me intimidaba sobremanera; yo no hallaba forma de hablarle sin sentirme infinitamente incómoda pese a que era muy amable. Me hacía participar mil veces en una sola clase, lo cual se me hacía entre chistoso y extraño. Un día le regalé un bizcocho japonés. En todo el primer semestre no fui capaz de intercambiar más de dos frases con él. Sólo hasta bien entrado el segundo nivel me atreví a contarle que mi en-ese-entonces-prácticamente-prometido era japonés. En el cuarto nivel resultó que mi asociado actual fue su alumno (y fue por una discusión sobre él que terminamos conociéndonos). Gracias a una clase adicional que tomé con él (Pintura japonesa), mi admiración por él creció exponencialmente. En tercer nivel me ofreció la monitoría de Historia Cultural de Japón, que aún mantengo, y que ha sido la puerta a cosas increíbles que han sucedido en mi vida reciente.

A lo largo de cuatro semestres los estudiantes fueron desapareciendo hasta quedar 5 sentándonos siempre en los mismos puestos, como si los fantasmas de otros fueran a ocupar los pupitres restantes. Ayer, de esos cinco estábamos cuatro cantando canciones junto con el Sensei en un karaoke rudimentario. Todavía queda mucho por hablar con el profesor más interesante que he tenido en mi historia escolar. Gracias a él mi vida ha tomado giros que jamás habría imaginado. Minori se ha ido pero mi vínculo con Japón no ha desaparecido; posiblemente se estreche más de lo que jamás pensé.

¿Imaginé que todo esto sucedería cuando lo vi entrar al salón con su parecido a Malagant y su sonrisa peculiar? No, claro que no. Eso es lo que ha hecho todo este proceso tan interesante. Cada vez que pienso que pude haber tomado Japonés 1 un semestre antes con alguien diferente sonrío; uno lo ignora, pero la vida siempre sabe bien hacia dónde va.

[ Amarain — Amr Diab ]

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