Le prometió un pincel para escribir versos sobre su vientre. Le prometió una casita pobre y dos máquinas de escribir. Le prometió una cama grande para leer poemas. Le prometió besos ocultos en los cinemas vacíos. Le prometió una hijita llamada Sofía, morenita morenita. Le prometió malteadas de fresa con dos pitillos. Le prometió un jardincito de azaleas. Le prometió calles lluviosas con charcos soleados. Le prometió un libro con su nombre en todas las páginas. Le prometió un par de brazos para hundirse y un hombro para llorar, dormitar y bailar los temas de las películas. Le prometió sus canas y sus encías desgastadas. Le prometió sus venas en flor y sus letras cubiertas de riveras escarlatas.
Pero hubo algo que jamás prometió —y de esto se dio cuenta ella demasiado tarde —: que dejaría de ser un niñito habitante de tierras quiméricas, de esos que prometen el universo sin saber a quién, sin saber por qué.
SUENA: Nights on Broadway — Bee Gees
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