Luces de Purkinje

Henos aquí, enfrentados a la realidad. No se puede tener los ojos cerrados demasiado tiempo. Al menos no cuando ya se ha despertado y uno es consciente de que hay un telón anaranjado con manchas voladoras obstaculizando lo que sea que haya enfrente. El error, aunque inevitable, consiste en abrir los ojos. Las luces se evaporan. A veces quedan algunos destellos morados salpicando el paisaje, pero estos no duran más de diez segundos. Y entonces hela ahí, la frustración de saber que el sueño no fue más que un sueño y que faltan catorce horas para acostarse de nuevo, que si se sigue dando vueltas tercamente en la cama se enfrían los pies y las cobijas se tornan insoportables, que volver a dormir no lo devuelve a uno al capítulo en el que quedó la madrugada anterior como sí pasa cuando uno vuelve a despertar. Despertar para que a uno se le escape un suspiro de impotencia al abrir la ventana y encontrarse un parqueadero que da contra un bosque que da contra un edificio que da contra el cielo que tal vez dé contra el océano que da contra una playa que da contra una calle que da contra una fachada que tropieza con un borde y ese borde es un alféizar y sobre ese alféizar reposan los dedos conocidos de alguien que tampoco puede verlo a uno con tanto obstáculo por delante.

Obviamente, la frustración desaparecería si al disiparse las luces de Purkinje apareciera ante uno una espalda o una cara—esa espalda y esa cara. Pero entonces surgirían nuevas frustraciones. Qué cosa para roncar tan duro y por qué demonios no se acordó de pagar el recibo del gas a tiempo, por ejemplo.

[ Don’t Bring Me Down — Sia ]

3 Responses to “Luces de Purkinje”


Leave a Reply