Con la intención de pasar un rato buscando rebajas en Century 21, Minori y yo entramos a la estación de subterráneo del Rockefeller Center. Tras observar el mapa de rutas, Minori me encomendó la tarea de despertarlo cuando llegara la hora de bajarnos, en Cortlandt Street.
Las estaciones se adivinaban todas iguales bajo la tierra, todas oscuras cavernas de acero con direcciones en letra Helvetica y sus nombres en mosaico. Minori había desistido ya de apoyar su cabeza sobre mi hombro y descansaba contra un vidrio fisurado. Mientras tanto, yo sacaba Combos de mi cartera, uno por uno hacia mi boca. De repente el tren redujo su velocidad y, después de pasar una larga hilera de cinta roja de peligro, pude divisar a través de la ventana los remanentes de lo que alguna vez fuera una estación de subterráneo. Barandas desprendidas de sus escaleras y galletas de cemento con baldosines blancos yacían en el suelo. En una pared, como recuerdo de lo que otrora constituyera aquel polvoroso rompecabezas, aún permanecía el mosaico: “Cortlandt St.” Era una visión siniestra e inexplicable. “¿Y si en cualquier momento se nos cayera un montón de escombros en el camino y quedáramos atrapados como en las películas?”, pensé inocentemente.
Salimos a la luz en Rector Street, cerca del edificio de la Bolsa de Nueva York. Confuso, Minori pidió una explicación.
—No pudimos bajarnos en Cortlandt porque la estación se ve como después de la guerra—, bromeé.
Tras caminar unas cuantas cuadras, encontramos un gran vacío azul en medio de los rascacielos. A nivel del suelo, una cerca gigantesca y un par de grúas daban fe de la hercúlea labor que suponía llenar aquel vacío.
—¿Este es… el lugar?—pregunté, entre temerosa e incrédula.
—Este es. Cuando vine con mi padre, en 2003, él dejó flores al lado de la cerca.
Retiré la vista de aquel angustiante abismo en el cielo. Justo al lado había una entrada clausurada: Cortlandt St.
[ A Matter of Trust — Billy Joel ]
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