El de Viviana es el primer rostro que se encuentra cuando se abre la sección “Seniors” del anuario de mi promoción. El texto es sencillo mas no minimalista y en la foto sonríe: sale bonita. En la página opuesta no hay otro rostro sonriendo sino nuestras sonrisas de épocas lejanas. Escarbamos cajas y álbumes para que al final ésa fuera la última vez que algunas de nosotras veríamos nuestros preciosos recuerdos impresos en grueso papel brillante, tal vez cubierto de marcas de dedos. Ahora esos recuerdos estarían condenados a morar exclusivamente en aquella página, al lado de Viviana.
Cuando llegué a octavo tenía la firma decisión de no volver a frecuentar a mis amigas de séptimo. En vista de que ningún grupo me recibiría, y que yo no haría ningún esfuerzo porque ello sucediera, convencida como estaba yo de que no le caía bien a nadie en aquel par de salones, resolví andar sola. Sin embargo, antes de sumirme en el solipsismo escolar me hallé pasando un par de recreos con ella, la niña nueva con la que había intercambiado un par de palabras frente al horario pegado en la cartelera. Era claro que era mayor que nosotras, y que pensaba de manera muy diferente de nosotras. Eso la hacía interesante. Ella tenía un libro listo para pasar el recreo del mismo modo que yo, pero terminamos hablando. De todos modos, al cabo de un par de días me vi sola como lo tenía planeado y empecé a frecuentar la biblioteca. El plan no duró mucho; una mañana, mientras caminaba entre las casetas donde vendían las onces, una mano salió de la nada y me agarró del brazo. Desde entonces, no estuve sola nunca más. Pero ésa es otra historia, y la mano no pertenecía a Viviana.
A partir de ahí no tengo muchos recuerdos con ella. Fue la primera persona que se quedó a dormir en mi casa, siendo prácticamente la única que no le encontraba problema a la ubicación de mi hogar. No recuerdo si estábamos haciendo un trabajo juntas o ella me había pedido prestado el Internet. Yo le mostré las maravillas de ICQ y al stalker de turno. Me dio un papelito con algunos nombres de canciones y cantantes y yo le hice el favor de buscar las letras. Una vez, ya en once, me regaló un montón de dulces y una cartita envueltos en un papel verde cuando jugamos a la amiga secreta. Sé que nos llevábamos bastante bien, pero ella corría en su propia dirección y yo en la mía. Al final ella terminó en el grupo de amigas del que yo me había separado años atrás, pero supongo que tampoco ancló allí. Ella tenía ya un pie en el mundo; el colegio era sólo un sitio más al que había que ir cinco de los siete días de la semana.
Todavía me pregunto por qué no fui capaz de preguntar por sus datos cuando nos graduamos, por qué lo sentí inapropiado. Yo sabía mientras callaba que desde entonces sería muy difícil, si no imposible, volver a saber de Viviana. Suelo preguntarme qué hará ahora, cómo encontrarla. Internet, con todos los milagros que hace, no ha sabido darme razón de ella. Me gustaría resignarme a olvidarla, pero para una persona como yo, que colecciona memorias, borrar a los protagonistas de dichas memorias es una tarea imposible.
Detrás de mí camina un sinnúmero de fantasmas, un batallón de sombras en busca de sus dueños. Cada vez que compagino con alguien estoy condenándome a recordar a esa persona por siempre. Ahora que mi curso desea reunirse después de cinco años y su nombre sale a flote de repente, la sombra que me acompaña hala de mi manga y me pide que reanude la búsqueda, que saque a Viviana de la eternidad del anuario. Estoy muy lejos, pero lo haré: esta vez con un extraño viso de esperanza.
[ Oh Lately It’s So Quiet — OK Go ]
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