Tres de abril

Tengo gripa. Sí, fantástico, a quién le importa. Lo mismo me pasó en Tailandia hace unos meses y qué se le iba a hacer. Dormir y omitir el pad thai porque qué más.

A mi mamá le importa. Llega a mi cuarto con un vaso de jugo de uva caliente y la oigo al teléfono pidiendo sopa de menudencias a domicilio. Si no me muevo estaré mejor mañana. ¿Cuándo fue la última vez que me enfermé y no tuve que enfrentarlo sola sola sola a punta de yujacha y futón? ¿Será que es posible hacerse uno su propio yujacha con cítricos y miel? De pronto el yujacha ni siquiera existe salvo en mi cabeza.

Mientras oscurecía me quedé dormida y soñé que era mi último día en Japón. Era un sueño sumamente angustioso en el que yo estaba en un almacén por departamentos con Azuma buscando souvenirs y una última cena con el tiempo apremiando y el espacio en las maletas prácticamente nulo. Qué alivio me dio abrir los ojos y saber que lo perdido se perdió hace rato. ¿Se perdió realmente? ¿No es como cuando uno despierta y nota que en realidad nunca tuvo aquello que hasta hace unos instantes era tan obviamente tangible?

A mi alrededor no hay mayor evidencia de que los últimos cinco años fueron reales. Azuma me habla desde un lugar amplio y soleado, y es como si siempre hubiera estado allí. Se ríe, come pie de manzana, tiene color en el rostro. Ya no sé por qué conozco a quien conozco. Qué confuso es todo.

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