Anoche soñé que iba a Perú.
Lima, contrario a lo que la televisión nos ha forzado a creer y también contrario a lo que debe ser de verdad, no estaba infestado de show business maluco ni era una ciudad que mereciese el título de capital. No. Lima era un pueblito cuyo tamaño estimaría yo parecido al de Anolaima, Cundinamarca, rodeado de montañas altísimas en las cuales estaban ubicadas las casas más lujosas. Los colores de éstas me recordaban mucho a las molas.
Había disturbios terribles en la ciudad cuando mi familia y yo llegamos. Peor aún, mi familia ayudó a los disturbios. Tuve que explicarle a la policía peruana que yo no estaba involucrada para que no nos mataran a mí y a mi hermana a tiros (eran unos sanguinarios, y yo estaba mintiendo… tal revolucionaria yo). De repente me vi buscando la residencia de Francisco, a ver si dejaba de estar tan perdida. Porque fuera de perseguida, yo estaba perdida. Perdida en medio de Lima.
Nunca hallé la casa de mi amigo por más que me hubiera convencido de que debía hallarse entre las viviendas lujosas de las escarpadas montañas coloridas. Me metí a un café internet que más bien era un solo computador en una droguería (¡cómo denigró mi sueño al Perú!) en busca de alguna esperanza, pero no, nada.
Desperté con los recuerdos de ese sueño acechándome. Es cierto que quiero viajar al Perú (y no es para verificar si está repleto de carritos sangucheros o para autoinvitarme a una pollada), pero ¡tampoco como para que mi cerebro responda de esta manera! Si en mi sueño hubiera ido a Machu Picchu y nos hubiéramos comportado más decentemente todo habría sido mejor. Ahora sólo resta ver si algún día viajo realmente hacia allá en vacaciones, tal como lo desea Minori.
SUENA: Hidamari No Uta — Le Couple
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