Cuentillos cuentillos… Hasta ahora que Minori duerme puedo contestarlos. Que no se note que quería contestar, aunque de las cinco sólo me llaman la atención dos.
1) Érase una vez un pequeño caballito de cristal que no podía correr, precisamente por el material del que estaba hecho. Pese a poseer una extraordinaria belleza y estar orgulloso de ella, envidiaba al resto de los caballitos que alegremente trotaban por la pradera, sabiéndose tan delicado y desprovisto de movilidad. Ellos, por su parte, admiraban su imponencia pero le preguntaban por qué no podía moverse. Era tan bello que parecía inalcanzable. Nadie conocía bien al pobre animalito por el distanciamiento que generaba.
Cierto día el caballito decidió buscar su origen, ya que pensó que alguien sin crin sedosa ni ojitos brillantes no podía ser un caballo de aquellos… Pasó años caminando muy pero muy despacio, buscando caballitos como él. De este modo llegó, por casualidad, al taller de un soplador de vidrio. Al ver todos los artefactos transparentes como él, no dudó en hablarle al soplador y preguntarle si sabía qué era él.
—Por supuesto— contestó el soplador—, tú eres un caballito de un material muy fino. Eres más fino que todo el vidrio que soplo en mi taller.
—Pero si soy tan preciado, ¿por qué no puedo moverme como los demás caballitos?
—Alguna vez pudiste, caballito. Alguna vez fuiste como una llamita roja, danzando en algún taller de cristalería, no eras caballito, no eras sino libertad. De esa libertad ha surgido tu perfección.
El soplador esperaba una sonrisa por parte del caballito, pero éste se hallaba afligido.
—Mi perfección no sirve para nada. Soy hermoso, pero no soy libre. ¿Hay alguna manera de que yo vuelva a ser libre?
—Es posible… pero para ello deberás dejar de ser hermoso.
El caballito comprendió. Trepó a una mesa, y de allí cayó, partiéndose en mil pedazos. Ya no era nada, pero la caricia de la escoba del soplador fue sólo el principio de una larga travesía a los confines de la Tierra.
2) La puso sobre la cama y muy lentamente le acarició el cabello. Se había quedado dormida en la oscura y estrecha sala. Era tan perfecta ahora que callaba… Qué lástima que el día siguiente traería un nuevo sol de gritos y patadas. Si tan sólo ella confiara en él por sólo un instante, si tan sólo pudiera olvidar que él la había secuestrado…
3) No me lo podía creer, aquel helado de chocolate por el que tanto había luchado, tan reluciente, tan apetitoso, que me había valido un diente y el brillo de un ojo, tres horas de maratón, escondrijos improvisados y el más espectacular escape de la cárcel de mi hogar… cayó al piso en el mismo instante en que deposité las monedas sobre la vitrina.
4) La mirada de aquella niña estaba ahora reflejada en el espejo, su cara era la misma, pero sus hermosos ojos verdes habían sido reemplazados por esa mirada negra de pupilas desmesuradas. Ella deseaba con todas sus fuerzas separarse de aquel collage grotesco, correr a su cama o buscar otro espejo para saber si sus ojos seguían en sus cuencas. Sin embargo, por más que moviera sus brazos y piernas, por más que retorciera su tronco, su cabeza seguía en el mismo lugar. Pronto, el resto de su cuerpo también empezó a obedecer la negra mirada del espejo. Caminó lentamente hacia él; parecía calmada, pero su corazón absorbía sangre desesperadamente sólo para vomitarla inmediatamente en locos espasmos. ¿Adónde iba? Supuestamente era sólo un vidrio a lo que se aproximaba… su mano se extendía automáticamente… y el espejo adquirió la textura del agua. Ahora ella pertenecía al mundo de los reflejos, encerrada tras el vidrio nuevamente solificado mientras la niña de los ojos negros corría a explorar su recién recobrada libertad.
5) “Si por lo menos alguien quisiera escucharme…!” gimió la mujer en medio de la multitud que se congregaba a su alrededor. Pero, ¿cómo hacerles entender a todos esos perros gigantes que ella no había asesinado a su jefe, que ella no tenía por qué convertirse en su almuerzo?
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