Este es un buen momento para escribir. No importa lo que diga hoy. No sé por qué sigo operando bajo la creencia errónea de que debo tener algo sustancial que decir para ganarme el derecho a hacer un post. Las redes sociales dejan secuelas difíciles de superar.
Pero no, pensándolo bien no creo que sea exactamente eso. Es más bien el sentido distorsionado del esfuerzo mental y el tiempo que toma escribir más de dos frases. Esto también es legado de las redes sociales. Quiero decir algo, ya no tengo Twitter para evacuarlo instantáneamente; por ende, ya no lo diré. Y así, mi vida sigue sin documentar. Contrario a lo que llegué a creer, Twitter no era un buen diario.
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Cuando era chiquita, en la radio sonaba el jingle de un centro de estudios técnicos del cual no tengo nada especial que decir salvo que se quedó en mi memoria para siempre. “Centro Andino”, cantaba un dueto, y luego otra voz enumeraba uno por uno los programas ofrecidos, así:
—¡Centro Andino!
—Programación de computadores.
—¡Centro Andino!
Y así sucesivamente hasta rematar con: “Si quieres un futuro mejor, ¡te esperamos! en el Centro Andino”.
La mente está llena de cosas así.
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