Mientras hago la primera parte de mi trabajo veo un reality que encontré en Netflix. Es tele basura recontra basura. Hay unas señoras mexicanas en Los Ángeles. Tienen mucha plata. Pelean a cada rato. Nunca entiendo por qué empiezan a pelear. Tampoco entiendo por qué siempre andan diciendo que es hora de acabar con la hipocresía pero nunca se dicen la verdad. Algunas se han hecho a su fortuna ellas mismas, otras andan gastándole la plata al marido. Me parece terrible desperdiciar lo que otro que se ha ganado con su esfuerzo. Y de qué manera.
No reconozco las tomas aéreas de Los Ángeles que salen de vez en cuando. Creo que solo reconocería la autopista que pasa al lado del Getty Center. Una vez la vi desde el aire mientras aterrizábamos en la ciudad. Esa vez salimos del aeropuerto, recogimos nuestro carro alquilado y nos fuimos a una panadería armenia. Como muchas cosas cosas en Los Ángeles, era uno de esos sitios donde a uno lo atienden mejor si habla en español. Resulta que, al retirarse, el dueño original de la panadería (armenio) se la dejó a dos de sus trabajadores (mexicanos). Entonces ahora venden el lahmacun de siempre pero al lado hay conchas, orejas y puerquitos de piloncillo. En una mesa está sentado un señor que se toma con calma su café mientras charla con el panadero. Cuando hacemos una pregunta sobre las conchas, el señor también opina. Esa familiaridad es lo que nos gusta de los negocios mexicanos en Estados Unidos.
Acabo de recordar que hubo un sitio en Estados Unidos donde los locales (definitivamente no mexicanos) parecían extrañamente interesados en nuestra vida. En Portland, un cajero en la librería Powell’s quiso saber qué iba a hacer yo en la noche sin ningún ánimo de caerme. Y un heladero nos preguntó qué habíamos hecho en el día y esperaba detalles al respecto. Pero la familiaridad de los negocios mexicanos de la que hablo no se trata de cosas como estas. Tiene más que ver con el cariño que uno le llega a tener a la sensación de hacer una transacción comportándose como si uno estuviera al lado de la casa de uno en su ciudad de origen. La seguridad ontológica de la tienda de barrio.
Finalmente me toca cambiar el reality por música. No entiendo cómo las señoras siguen siendo amigas e invitándose a todo tipo de eventos si en realidad no se aguantan. Obviamente voy a seguir viéndolo más tarde, pero por ratos toca limpiarse el oído como quien se limpia el paladar entre bocados con jengibre encurtido o pan.
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