En Tsukuba, cuando trabajaba en un club de conversación en inglés para viejitos japoneses, conocí a un señor de Tayikistán.
“Te pareces a mi esposa”, me dijo. Me pareció un comentario muy barato e incómodo para un recién conocido.
Sacó el celular.
Me mostró una foto.
ERA YO CON HIJAB.
Al menos ahora sé que mi doppelgänger es una señora de Tayikistán.
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