Durante el primer fin de semana de mi más reciente estancia en San Francisco, Cavorite y yo organizamos un paseo a San José para conocer un supermercado japonés, Mitsuwa. Invitamos a Naoki, compañero japonés de la maestría de Cavorite en Pittsburgh, y ahora amigo de los dos.
Mitsuwa tiene sedes en California, Nueva Jersey e Illinois. La de Illinois la conocía yo porque Minori me llevaba allá cuando vivíamos en una esquina de Iowa. Inevitablemente, en algún momento terminé hablando de él. Mientras esperábamos por nuestro almuerzo en un restaurante les conté que lo único que extrañaba de él era su cocina, y que antes de que a Cavorite lo agarrara la fiebre culinaria yo anhelaba estar nuevamente con alguien que cocinara. Minori —corre un video imaginario ambientado en una casa rural japonesa de luz tenue— se la pasaba en la cocina con su mamá desde que era chiquito, y empezó a cocinar a los diez años. A veces me mostraba su libro de recetas, del cual yo no entendía ni un ápice. Naoki preguntó qué preparaba. (Aquí la cinta se corta abruptamente.) Yo solo recordaba el korokke (croquetas de papa), el karē raisu (arroz con curry) y el kurīmu shichū (estofado cremoso).
—Pero el karē y el shichū son cocina básica, ¿no?— dijo Naoki.
Palidecí ante la revelación. Yo misma puedo hacer karē y shichū sin problemas. El último rezago de admiración que me quedaba por mi primer novio serio se acababa de esfumar.
—Aunque el korokke es complicado—, fue el consuelo que me ofreció al verme así.
Tantas canciones y películas dedicadas a exaltar las virtudes del primer amor, a añorarlo profundamente, y resulta que todo es una colección de recuerdos distorsionados de una mente inmadura. Afortunadamente no hubo mucho tiempo para reflexionar al respecto porque llegaron nuestros platos —chirashi para ellos, unadon para mí— y pasamos a asuntos mucho más importantes.
Eso viene en el combo del culto a la nostalgia. A ponerle guirnaldas al pasado y suspirar al verlo en fotos. Las personas ofrecen lo que son en el momento y ya, nada más que eso. Más bien, sería justo dejar que la Olavia que estaba en Iowa siga admirando al Minori de entonces, que la de ahora no se impresiona tan fácil. Hay que ser justo con todas las versiones de uno mismo.
P.D. Igual, algún mérito tenía estar haciendo vainas para comer desde los diez años. Y que tuviese libro de recetas es tierno porque las obtuvo de la mamá. Acá de abogado del diablo.
Siento que estás proyectando en mi historia cosas que te han pasado a ti. ¿Has sido injusto con tu yo del pasado? ¿Le has rendido demasiado culto al recuerdo de alguien?
Sí a la primera pregunta, no a la segunda. De acuerdo en la afirmación.
“Resulta que todo es una colección de recuerdos distorsionados de una mente inmadura.” Muy cierto y tal vez muy agrio, pero me pregunto si en el fondo todo no es así. El hecho mismo de recordar modifica lo ocurrido. En el cerebro no quedan los hechos sino la estela que estos dejan en él. Y no creo que esa imperfección sea necesariamente negativa. La memoria distorsiona, sí, pero de pronto también purifica.
Aunque también es cierto que es buena idea reevaluar los primeros amores. El mío… Bueh. Dejemos así xD
Jajajajaja.
Igual es bueno tener buenos recuerdos de las personas, así hayan resultado ser terribles al final.