Mi vida de traductora e intérprete es impresionantemente sedentaria. Cuando no estoy sentada traduciendo un documento tediosísimo, estoy sentada en una cabina diminuta repitiendo en otro idioma lo que alguien más ha dicho. Al cabo de un tiempo, eso empieza a tornarse preocupante. Especialmente cuando uno se ha hecho un daño en la rodilla fácilmente reparable con ejercicio y este vuelve a manifestarse porque después de la fisioterapia uno volvió a anquilosarse en la silla.
Como este año estoy saldando cuentas conmigo misma, aproveché una promoción de Groupon —un impresionante agujero negro del capitalismo— para afiliarme a un servicio que me permitiría asistir a clases de diferentes disciplinas en diferentes gimnasios. Mi primera elección: pilates.
Me levanté temprano, me alisté y fui a la clase un poco temerosa, ya que no soy grácil ni ágil ni nada parecido y por lo general he pasado vergüenzas con el ejercicio. Sin embargo, estuvo muy bien. La instructora tomó nota de las dolencias de cada asistente y en cada ejercicio nos iba indicando quién debía hacer algo diferente. Yo, con mi escoliosis, quedé maravillada de no quedar con el dolor lumbar agudo que siempre había acompañado cualquier intento de fuerza en los abdominales. Eso no significa que haya sido suave: bajé las escaleras después de la clase y los muslos me temblaban. Pero quedé contenta.
Después de la clase aproveché que Gianrico estaba cerca estudiando alemán y me encontré con él. Con cierta dificultad subí hasta donde estaba terminando su café y nos pusimos a hablar de idiomas y viajes y curiosidades. Lo de siempre.
Así transcurrió mi primer día de ejercicio. Mi veredicto es que quiero seguir haciéndolo.
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