El año pasado, en junio, decidí de repente que quería visitar Lima durante la Feria del Libro, que era el siguiente mes. Fue un paseo muy bonito. Comí cosas muy ricas, me enfermé del estómago, me reuní con mis amigos dibujantes, alimenté a una pareja de gatos, caminé por el malecón de día y de noche, y me pregunté en repetidas ocasiones si lo que estaba viendo por la ventana era el cielo o una pared. Esa semana la pasé tan bien que me prometí que volvería para la próxima feria.
Julio de 2016. La FIL empezó hace poco y yo estoy acá en Bogotá, sin maletas ni reservas ni intenciones de nada. Con mis amigos peruanos no me hablo desde hace rato. Se me acabó la crema de ají amarillo y me resigné a su ausencia. Ni siquiera he vuelto a dibujar. Ayer me compré un tiquete aéreo pero hacia el norte en vez del sur. Creo que me entristece un poco darme cuenta de que ese país se me está desvaneciendo del corazón.
O no sé, tal vez exagero y en algún momento me volverá a dar un arranque, volveré a caminar por el malecón, me volverán a regañar porque no he hecho un fanzine y por fin probaré la ocopa arequipeña.
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