El regreso al silencio

Hace poco la tecnología me traicionó y quedé semiincomunicada por unos días. En realidad fue un first world problem lo más de tonto (yo solía odiar esa expresión pero ahora me parece tan apropiada): mi iPhone estaba fallando, lo llevé a una tienda Apple en Chicago y me lo cambiaron, con tan mala pata que a pesar de que le comenté repetidamente al “Genius” de turno que yo no vivo en EEUU y pronto volvería a Colombia, recibí un celular con las bandas cerradas. Aterricé en Bogotá, le metí al celular nuevo mi SIM card colombiana y… error. Programé una llamada del servicio técnico de Apple y exactamente a la hora estipulada me llamó un señor al que le costaba recordar algunas palabras en español. Después de intentar borrar todo de distintas maneras, me dijo que este era un problema común y los ingenieros lo arreglarían. La solución tardaría en llegar de 2 a 3 días hábiles, pero si llegaba a enterarse de algo antes, se comunicaría ese mismo día conmigo.

Esta historia debería ser más corta y contener menos lecciones, pero como a los genios de Apple se les olvidó el uso de los indicativos de país al tratar de llamarme otra vez y no revisé mi correo a tiempo, pasé un par de días con un iPhone que para efectos prácticos era un iPad Mini Mini. Tengo otro celular: un Nokia 1108 (como el 1100 pero plateado y con pantallita blanca en vez de verde) que me ha servido desde 2005, cuando entró a reemplazar un 1100 que se me cayó en un taxi. Como bien saben, con esa reliquia solo se puede hablar y jugar Snake, pero lo segundo no me interesa en absoluto. Estaba en la olla, pero era una olla bastante privilegiada: no puedo usar Uber a no ser que consiga una conexión wifi, no tengo WhatsApp, me toca llamar con un teléfono viejo. Contratiempos de la Barbie o algo así, podría decirse.

Mientras esto ocurría, Cavorite estaba en un retiro espiritual en un centro zen. En realidad no era un retiro espiritual, pero sí fue una actividad del trabajo en un centro zen. La señal de celular allí no era buena, pero aún así había gente tratando de mirar los índices de la bolsa en sus aparatos. En el bosque. Donde no podrían hacer nada si sus acciones caían de repente. Mientras tanto, Cavorite aprovechó para disfrutar la falta de distracciones. Entonces, de distintas maneras, ambos llegamos a la misma conclusión: no necesitamos el ruido de las redes sociales.

Ante esta revelación, Cavorite cortó su uso de Twitter de un solo tajo. Para mí, en cambio, fue mucho más difícil actuar al respecto. Ahora que no estaba de viaje ni divirtiéndome de ninguna manera, estaba usando las redes para escapar de mis labores y tener una sensación (falsa) de compañía. Le conté eso a Cavorite y él sugirió que cerrara sesión, simplemente. El efecto de eso es más que todo psicológico pero muy efectivo: da la sensación de que hay una puerta cerrada, así sea facilísimo volver a abrirla.

Así pues, llevo lo que va corrido de la semana sin mirar mis TL de Twitter ni Facebook. Todo se siente solo y silencioso. Ahora que la ilusión de compañía ha desaparecido de repente, si quiero hablar con alguien, me toca establecer una comunicación directa. Hola, cómo estás. Hace rato no hablamos. Es raro que algo tan sencillo se sienta tan liberador y abrumador al mismo tiempo. Ahora cuando estoy sola, estoy sola de verdad. Y eso no tiene por qué ser algo malo.

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