Debo empezar este diario de viaje con una confesión: yo no quería venir a Lima. Acepté porque me hablaron de Guy Delisle, porque encontré una tarifa buenísima para las fechas propuestas y porque cuando le expuse mi indecisión a mi primo Juanfran, me respondió “YOLO”. Entonces bueh, Lima, cómic, tiquete barato, YOLO.
Un par de semanas antes del viaje me enteré de que había comprado el tiquete en la fecha equivocada si quería ver a Delisle. No podía cambiarlo ni me devolverían el dinero si lo cancelaba, así que seguí aferrada a la filosofía de mi primo. Algo se me ocurriría para hacer allá. Al fin y al cabo, un viaje no le sobra a nadie. Mucho menos a mí.
Podría decirse que he viajado bastante a lo largo de mi vida. No obstante, todavía me sorprende mucho el hecho de que uno se meta en una sala de espera un poco incómoda durante un par de horas y salga para encontrarse un letrero de “Bienvenidos a [otro país]”. ¡Otro país! ¡Así de fácil!
En esta ocasión la sala de espera tenía vista a uno de los atardeceres más bonitos que he visto en mi vida. Se adivinaban picos nevados debajo de un mar de ámbar enceguecedor. Descendimos lenta, muy lentamente y nos sumergimos en remolinos de espuma que se extendían hasta el infinito. Bajo esa superficie, la oscuridad. Lima y su clima.
“Bienvenidos a Perú”. Mágico, les digo.
Lo primero que me pasó en el país fue que el señor de Inmigración me llamó “Señorita Laura” con toda seriedad. Crucé el duty free riéndome bajito. Luego salí del control de aduanas y me topé con una congregación multitudinaria, abrumadora, de personas expectantes. Decenas de letreros con nombres en busca de caras. Uno de esos era para mí.
Poco tiempo después de instalarme en mi cuarto, pasó a recogerme Manuel Gómez Burns. Manuel es un ilustrador peruano a quien al parecer miré mal en Entreviñetas 2013. La verdad es que en ese momento yo me sentía como mosca en leche rodeada de tantos artistas (yo no estaba dibujando en ese momento; la tableta de hacer rayones estaba nuevecita) y no sabía por qué este —que no tenía pinta de artista— me estaba hablando si yo no tenía nada que ofrecer en cuanto al único tema que los oía tratar: su obra y la obra de los demás. Ah, yo y mi ansiedad social. Terminamos haciéndonos amigos por chat de Facebook tiempo después gracias a otro artista peruano que también conocí en el festival. Entonces supongo que le estaba debiendo algo de amabilidad en persona.
Mi primera cena en Perú fue pollo. El restaurante quedaba un poco lejos, así que caminamos y caminamos y caminamos. Ya en la mesa, Manuel anunció que tenía una sorpresa para mí: ¡un libro de Guy Delisle! ¡Firmado por el autor! ¡Y un muñequito de Playmobil! Luego me mostró su cuaderno de dibujos y, mientras yo rayaba una de sus páginas, me dijo que debería practicar más con tinta y pincel en vez de la tableta de dibujar. Supongo que ya va siendo hora de salir de la zona de confort que supone el comando undo. Me queda la tarea para cuando regrese a Bogotá.
Volvimos sobre nuestros pasos. Ahora yo iba cargando un libro, un Elvis en miniatura y las sobras del pollo. Nos quedamos hablando un rato más frente a la entrada del edificio. Había un carro de la policía parqueado cerca. Las luces me molestaban los ojos. Escuché la palabra “serenazgo”. Finalmente, nos despedimos. Llegué a pensar que me iba a quedar por fuera del edificio porque no sabía timbrarle al vigilante y no tenía cómo comunicarme con nadie. Eso habría sido un giro interesante.
¡Tinta y pincel, sí! 🙂