2014-01-29

No puedo hacer de mi vida algo altamente poético. No estoy en un proceso de autodescubrimiento ni ha cambiado nada significativamente. Mi cuerpo está igual. Mi mente está igual. Tengo el mismo trabajo y no he hecho nuevos amigos. Bueno, de pronto uno, no estoy segura.

Ayer fui a tomar algo con un biólogo que conocí en los eventos de Parques Nacionales donde estuve trabajando el año pasado. No recuerdo cómo fue que nos pusimos a hablar, creo que fue cuando me prestó sus binoculares para ver a los flamencos en un lago en el desierto y de ahí resultó que a ambos nos gustaba viajar. Tenía una anécdota buenísima de su primer viaje a la India pero no la reproduciré acá porque fijo se encuentra este blog y se convence de que a mí lo único que me gusta es burlarme de la gente. El caso es que yo era la intérprete y tenía que estar pendiente de los ilustres visitantes extranjeros, así que no podía ponerme a discutir pasajes baratos ni accidentes gastronómicos en tierras lejanas por más que quisiera.

En noviembre del año pasado hubo un evento más y me lo volví a encontrar. Otra vez intentamos hablar. Otra vez no se pudo. Me despedí de él en medio de la confusión de todo el mundo tomándose fotos y dándose abrazos. Me pidió que le anotara mi número de celular en un pedacito de papel minúsculo y arrugado. Le dije que fijo lo iba a perder. Al parecer no lo hizo porque reapareció hace poco y terminamos sentados en un café del Park Way comiendo nachos con queso y hablando de cosas como esa vez que los mejores vulcanólogos del mundo se dieron cita en el Galeras y el volcán les explotó en la cara.

Y ya. Una postal de mi vida para su posterior repaso. No sé por qué la escribí pero aquí está.

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