Notas (seis de febrero)

Hoy recorrí en bus un buen trecho de lo que debía ser la Avenida Longitudinal de Occidente. Me pareció hermosísimo contemplar el potrero mientras sonaba “Who’s Loving You” de los Jackson 5. Había un señor sentado en el pasto, pensativo, y otro paseando perros. Uno de los perros era gris brillante, de esos que usualmente tienen los ojos azules.

Después se me ocurrió que es horrible, realmente horrible, pasar de querer abrazar y besar y hablarle todo el tiempo a una persona a tratar de evitarla a toda costa. ¿Cómo ocurre eso? ¿Cómo? De mil maneras, claro, pero ese desconocimiento voluntario y forzoso es un proceso muy triste. Es como arrancarse algo de adentro e ignorar el hueco y la sangre lo más posible mientras cicatriza. A veces no llega a cicatrizar jamás.

Luego pensé que quisiera retroceder en el tiempo y estar en mi cuarto pequeñito en Tokio viendo caer la tarde. Una tarde de invierno, posiblemente. Cuántas cosas no sabía yo en ese entonces. Es como querer volver a empezar pero no sé si quisiera realmente volver a empezar. No sé qué errores enmendaría.

Atravesé el parque del barrio. Soplaba el viento que precede a la tormenta. Un pájaro cargaba en el pico lo que parecían ser unas bayas minúsculas. Entré a la casa y dejé de pensar tanto.

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