Crónica de oootro adiós

Madrugué. Tenía los ojos lo suficientemente hinchados como para dificultarme la postura de los lentes. A las 5:30am llamé un taxi, a las 5:40 llegó, me fui sin despedirme de nadie y a las 5:50 ya estaba en el aeropuerto. Hice la fila —que no era mi fila— cinco veces. Había una raya en el piso tras la que siempre aparecía una auxiliar de gafas gruesas a preguntar “cuántas maletas” y que marcaba el punto donde yo debía devolverme a empezar la espera de nuevo porque no me gusta decirle a la gente “pase, pase, pase” durante quién sabe cuánto tiempo. Él llegó a las 6:20, justo a encontrarme tras la raya y con la señora lista para preguntarnos si registraría solo una maleta, que si él era residente y que si no era residente entonces qué hacía allá. Se miraron raro la señora y él hasta que interrumpí: “es estudiante”.

En la fila apareció una niña que estudió conmigo en el colegio y que ahora vive en otro país. Digo “niña” porque a las del colegio siempre las llamaré así, pero en realidad era una ejecutiva de mirada impaciente y paño negro sobre los jeans. Quise saludarla porque me caía muy bien pero recordé que la gente del colegio no suele reconocerme ahora. Me limité a mirarla hasta que terminó la espera del check-in.

Desayunamos en uno de los dos restaurantes que tiene el aeropuerto. Tres si contamos esa extraña tienda de lácteos. Nada tiene sentido en ese terminal. Parece un centro comercial de lujo sin ninguna tienda útil y del que coincidencialmente salen aviones. Después de comer nos despedimos con el beso breve de quien se va y vuelve ahorita.

Aquí —volviendo a la casa, diciendo otra vez adiós pero por teléfono, lagrimeando un poco al preguntarme mi mamá cómo me fue— debería hablar de la ausencia desgarradora, del vacío. Debería sentir todo eso, de hecho; incluso me preparé para ello. Me puse a ver Annie Hall como para sincronizarme con la pérdida de Alvy Singer, pero en la mitad de la película apareció él en forma de texto.

—¿Houston?— pregunté.
—Y no tenemos ningún problema—, respondió.

La verdad es que lo más apremiante era el sueño.

2 Responses to “Crónica de oootro adiós”


  • “oootro adiós”. ¿Cómo se acostumbra uno a eso sin que se rompa un poquito el corazón?

    • Siempre se rompe un poquito, pero con el tiempo uno se va calmando también. La persona llega al otro lado y te habla desde allí —qué bueno haber nacido en esta época de comunicación instantánea— y eso tranquiliza; como que uno se da cuenta de que se fue su cuerpo pero no su corazón.

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