Ramen Girl

Vi una película —bueno, parte de una película— sobre una señora que aprende a hacer ramen en Tokio y se gana el corazón de sus senseis japoneses a pesar de su mal japonés (escucha pero no habla, tal como yo durante mi primer año de universidad). De repente me dieron ganas de comer ramen, aún a sabiendas de que en Japón esa siempre fue mi última opción en materia de fideos. Esa sopita… el premio de un huevo cocinado escondido por ahí… hmmmm.

Me acordé de cuando Chee Siang y yo fuimos a comer ramen picante en Yokohama. Extraño a Chee Siang. Debería teletransportarlo acá e invitarlo a comer para que me pida que ordene por él pero que sea algo sin carne de res. Es más, hoy con gusto retrocedería el tiempo y saldría con él a pedir algo para llevar en Sankichi, el chuzo de la esquina cerca de la estación Tama en nuestro pequeño rincón de Tokio. Toca retroceder porque el presente no es tan brillante: el chuzo se incendió el año pasado y yo aquí y si no me apuro en ahorrar el Chee Siang se me va a devolver a Malasia y visitarlo me va a costar más más caro.

Creo que lo mejor será escribirle de inmediato y figurarme luego cómo conseguir un buen plato de ramen en los próximos días.

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