Michel Houellebecq se perdió. Lo esperaban en una reunión y nunca apareció. Lo llamaron y no contestó. La gente debe haber temido un final funesto al estilo del del creador de Crayon Shinchan, que inexplicablemente se fue por un barranco en un parque. O como al dueño de la compañía Segway, que por darle paso a una señora montado en su aparatito rodante también se fue al fondo de un abismo entre las rocas.
Otro Miguel en otra época, Michael Jackson, tampoco llegó a una reunión importante. Se quedó dormido y gracias a eso la nariz se le siguió desmoronando durante ocho años más en vez de tener que tirarse él de un edificio en llamas. El 11 de septiembre simplemente no era su día.
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