Hay que abrigarse para salir. Hay que ponerse dos pares de guantes para que las manos no queden tiesas sobre el manubrio de la bicicleta como patas de loro. Hay que conducir la bicicleta un poco más despacio para no volver a resbalar en una esquina congelada. Hay que vestirse pacientemente, capa sobre capa sobre capa como una alcachofa. Hay que recordar las historias de la guerra de Corea —los miembros caídos en combate— y amarrarse bien las botas negras. Hay que sacrificar la luminosidad de la habitación y comprar otro par de cortinas. Hay que poner una cobija enrollada en el piso contra la puerta del balcón para detener el frío que se va colando como un río desbordado. Hay que dosificar el tiempo de exposición al radiador para minimizar el efecto cirrocúmulo al atardecer del erythema ab igne. Hay que llenar de agua hirviendo una bolsa de caucho, meterla entre las cobijas y abrazarla con los pies que no tienen otros pies que buscar en la noche. No hay que pensar en lo bueno que sería recibir un beso en la boca adormecida por el viento.
[ Out Here on My Own — Sarah Blasko ]
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