Tengo un amigo. Un amigo de coincidencias y libros y puntas de loma en tardes soleadas. Tal vez es más que un simple amigo—no lo sé a ciencia cierta; podría condensar todo el conocimiento que tengo sobre él en poco más de cinco días o expandirlo a unos seis años de silencios esporádicamente interrumpidos. Entre esos silencios suelen colarse fragmentos maravillosos de música. Esta historia tiene que ver con uno de aquellos fragmentos.
Hace unos años, cuando llevaba poco tiempo viviendo en un lugar donde nada me pertenecía, encontré un post en el blog del personaje en cuestión. Era una cita del New York Times donde se hablaba de una cantante recién descubierta cuya música sonaba “como si proviniera de un país imaginario y ella cantara en el inglés acentuado de aquel país”. En esa época Jesca había sido invitada al programa de Nic Harcourt, “Morning Becomes Eclectic”, famoso por haber puesto al aire a Norah Jones y Coldplay antes que todos los demás. Movida por la curiosidad (y por el insoportable silencio de la biblioteca), me las arreglé para bajar las únicas dos canciones que la cantante ofrecía gratuitamente en su página.
Y entonces sonó “Enemy”.
Si existe una manera de describir lo que oí ese día, para mí sería un largo hilo plateado y turquesa fluyendo lentamente, un río de lentejuelas bajo el sol que se cuela a través de las ramas. Cada canción es como una ventana a un paisaje diferente, una serie de atardeceres en un viaje surreal. A veces hay olas que chocan frenéticamente contra acantilados azotados por gaviotas, un caos que surge de la nada para luego retornar a la calma. Como Björk o Regina Spektor, Jesca Hoop no parece seguir más lineamiento que su propia inspiración para dar forma a su voz, con un resultado que a mí aún después de todo este tiempo no ha dejado de erizarme.
Jesca Hoop podrá no haber saltado (aún) al estrellato que les sonrió a Chris Martin y a Norah Jones hace unos años, pero ahí está—su voz deslizándose por entre los resquicios del silencio, una música que es como nadar en un lago de noche (Tom Waits dixit). Yo todavía recuerdo mi primer encuentro con ella, con aquel caudal pequeño y chispeante que me atravesó por completo. Y entonces, inevitablemente, lo recuerdo a él.
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