More Than This

No estoy cansada; estoy aburrida. No se me ocurre un buen incentivo para ir a clase. Supongo que necesito un kibbe como carnada para perseguir cual zanahoria colgada del lomo de un burrito. No sé por qué un kibbe y no una guayaba. Una guayaba también podría servir.

Voy al salón, me siento en un puesto escondido y me desconecto de la realidad. Antes me dedicaba a detallar los gestos de los estudiantes que entraban y se saludaban entre sí. Empero, con el pasar de los meses me he aprendido sus libretos y la obra que representan ya me aburre. Procuro llegar tarde, con eso me ahorro tres o cuatro minutos de mirar al vacío. En los setenta y cinco minutos que dura la lección me dedico a dibujar, a buscar palabras al azar en el diccionario o a hacer anotaciones en mi agenda. ¿Cuántos cuentos podría estar escribiendo ahora? No lo sé, pero no los estoy escribiendo y cuando al fin estoy libre tengo la cabeza tan llena de ruido blanco que ya no tiene caso ni preguntarme qué podría estar haciendo con mi tiempo en vez de cumplir con el requisito de asistencia.

A mi alrededor nadie se pregunta por el sentido de esta rutina. Todos—ya sean futuros biólogos, literatos, antropólogos o artistas plásticos—saben que su destino es entrar a una compañía y convertirse en seres de sociedad (“shakaijin”, 社会人), es decir, los típicos japoneses sin rostro que tiñen de negro la estación de Shinagawa en Tokio a las nueve de la mañana. La universidad comprende sus últimos cuatro años de libertad y, por lo tanto, hay que hacer buen uso de ellos. Hay que “hacer recuerdos” (“omoide tsukuru”, 思いで作る), un concepto tan desolador como su implicación de que, pasada la época escolar, nada más será digno de recordar por el resto de la vida. Así pues, los estudiantes cumplen el requisito de asistencia y de resto le entregan su vida a un club. El club, una actividad extracurricular que cumple las funciones de pasatiempo y hub social, se rige por una jerarquía que recuerda la estructura de las empresas (Azuma lo explica mejor aquí). Es ahí donde surgirán los dichosos recuerdos para atesorar: las incursiones en el alcohol y el sexo en medio de un calendario de eventos que hace ver a la academia como la verdadera actividad extracurricular. El proceso de robotización, palpable desde cuarto año de primaria (cuando los niños dejan de sonreír), se habrá completado para cuando reciban el diploma.

Nada se preguntan los jóvenes a mi alrededor. El salón parece una sinagoga, con los hombres a un lado y las mujeres al otro. A algunos les he preguntado por sus sueños: muy pocos tienen una respuesta que no apunte al mundo corporativo—y ese no es un sueño, es el futuro inexorable. No los culpo: a mi tutor lo desheredaron por dedicarse a la literatura latinoamericana en vez de engrosar las filas de zombies encorbatados durmiendo en los trenes. ¿Es que nadie se ha preguntado alguna vez si existe otro cauce para este río?

Algunos lo han hecho. Esas personas no viven en Japón, o no viven en absoluto.

[ Phonograph — Jesca Hoop ]

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