Hace tiempo me dio un dolor de estómago insoportable. Ocurrió mientras sacaba la visa japonesa. Al salir de la embajada, pensando tontamente en mis (ya inexistentes) responsabilidades académicas decidí aguantármelo y volver a la universidad. Como el dolor aumentó en vez de cesar cuando intenté distraerlo haciendo tareas en alguna mesa del edificio Au, tomé un Transmilenio de regreso a casa. En el camino—que se sentía eterno—llamé a mi madre para contarle mi entuerto y busqué mis llaves para tenerlas listas al arribo, pero cuál no sería mi sorpresa al tantear entre la maleta y darme cuenta de que las había dejado olvidadas. Desesperada, llamé a Himura. Varios minutos después—pero muchos menos de los que me esperaba—, el estudiante de física me encontró sentada con las piernas cruzadas en el antejardín de mi casa. Entonces tomó mi maleta y me la hizo usar como almohada, cubriéndome con su saco a modo de cobija y evitando que el sol me diera en la cara haciéndome sombra con su propio torso. Así permaneció hasta que llegó mi madre a abrir la puerta.
[ Miss Halfway — Anya Marina ]
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