El ukulele, ese cómico aparatejo musical. ¿Cómo pensar en un instrumento de cuerda más pequeño que un charango y no inflar las mejillas en un sofocado intento de risa? ¿Cómo no reír si las únicas imágenes que evoca son las de un hombre hawaiiano de cliché recostado contra una palmera y Tiny Tim con su terrorífica cara blanca y vocecita de dibujo animado antiguo?
Claro, yo pensaba exactamente de esa manera… hasta que un buen día me encontré con la Ukulele Orchestra of Great Britain. No fue sino oírlos tocar el tema de The Good, the Bad and the Ugly para captar mi atención por completo. “¿Habré sido injusta con el ukulele?”, me preguntaba insistentemente aquella noche tras verlos rendir una versión de ‘Life on Mars?’ en la que se sobreponían muchas canciones sobre la melodía de Bowie.
Me quedé dormida con las manos extendidas hacia el teclado y en mis sueños una pareja de músicos ventilaba sus rencillas ante la audiencia. Uno era altísimo y se dirigía a una mujer llamada Hester, quien parada sobre una silla rasgueaba ukuleles que pasaban bajo sus manos en brazos de otros varios músicos, entre ellos una mujer robusta que caminaba por el escenario con uno verde y uno rojo, diminutos. “You don’t bring me flowers…”, se quejaban indignados mientras las cuerdas volaban de un lado a otro y la valquiria esperaba su turno de acercarse.
Desperté sacudida por los espasmos de mis propias carcajadas.
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