Querido Tsukiji:
Otra soleada mañana de invierno ha llegado al archipiélago y tú y yo seguimos sin hablarnos.
Te cuento que anoche dormí bastante bien, cosa que no habría sucedido si mi cabeza adormilada no hubiera malinterpretado la alarma del celular como una interrupción de la que había que deshacerse a toda costa en nombre del descanso. Entonces tú y yo estaríamos a pocos pasos de despedirnos. Pero no lo estamos. Estamos amarrados, al menos por estos días que me quedan antes de explicarte ante la clase.
Sabes que gracias a tu autor yo pospuse tu lectura durante mucho tiempo. Yo había comenzado a leerte temprano, pero cincuenta páginas de autoalabanza… Pensé en ti en China, pero créeme que no te extrañé. Mi anhelo por ti es tan poco que he llegado hasta estos peligrosos límites en los que yo discuto la ortografía de una fruta que bien podría ser la grosella espinosa o la grosella negra cuando cada hora equivale a 20 páginas y yo desearía no tener un ritmo de lectura tan errático, devolviéndome a cada nada por haberme puesto a soñar despierta.
Sobre una caja aledaña a ti descansa Norwegian Wood, y como bien sabes, ese libro tampoco es mío y tarde o temprano habré de devolverlo. A tu lado encuentras Foundation, que debería haber terminado hace mucho. No sé si te has fijado en la bolsa de Maruzen al lado del escritorio; ésa también está llena de libros nuevecitos. Y en la estantería hay dos o tres más, de los que compré en Amazon. En resumen: eres el último libro que quisiera abrir en este momento. No quiero verte, no quiero saber de ti. Vuelve a la biblioteca del Profesor Augustin-Jean, porque en la mía tú no cabes.
Lo peor es que sabes que estoy mintiendo. Una vez me deshaga de la presentación que debo hacer sobre ti, ahorraré para comprarte nuevecito en Kinokuniya y devorarte con el gusto que mereces.
[ Parachute — Sean Lennon ]
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