Imagino que cada vez que entro a la biblioteca, las señoritas de la recepción siguen mi maleta con la mirada y suspiran, “otra vez la extranjera de los computadores”.
Imagino que cada vez que doy muestras de estar en mi habitación mi vecina urde una complicada estrategia para acabar conmigo (y mi música) sin ser delatada.
Imagino que cada estudiante del Africa sub-sahariana que pasa y me mira fijamente conoce perfectamente el juramento de venganza que el nigeriano desconocido al que le rechacé una invitación a salir pronunció aquella oscura, oscura noche.
Imagino que las palomas que me despiertan cada mañana se pasean por el balcón esperando el momento en que yo corra el anjeo para invadir el de por sí caótico cuarto y cubrirlo de plumas y guano, tal como hicieron con mis chancletas de colgar la ropa afuera y el cepillo de lavar el piso.
Imagino que cada palito que piso en el puente que conduce de la universidad al dormitorio es en realidad una blanda y fría lombriz cuya vida estoy truncando de la manera más repulsiva.
Imagino a Herr Rude en traje de la SS y tengo que sacudirme para volver a ver la dulzura en los ojos de un profesor de alemán cuya voz parece caminar en puntas de pies sobre cáscaras de huevo.
Imagino que el pastizal que crece frente a la cancha de fútbol es un escenario ideal para tomar fotos en un día soleado, pero que bajo las briznas doradas se esconde un sinfín de criaturas que haría de aquella sesión de fotos la última.
Imagino que Tsukuba es el último asentamiento humano antes del mar de arrozales que precede al océano que me separa de todo aquello que amo y extraño, y que mi dormitorio es el último solitario conjunto de edificios erigido antes de rendirse los constructores ante la omnipotencia de la vegetación.
Imagino que quien siga aquel caminito hacia el bosque después del lago se perderá inexorablemente, tal como se perdió Desirée en la bayou al final del cuento de Kate Chopin.
¿Y si en vez de ir a clase mañana yo tomara ese caminito…?
[ Je Suis Jalouse — Emily Loizeau ]
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