Si existiera una manera de postear pensamientos sin necesidad de teclear, este blog se publicaría a diario. Desafortunadamente, siempre me distraigo y cuando por fin me dispongo a escribir están a punto de cerrar la biblioteca.
Hoy me encontré con Renato, el sempai peruano, en la cafetería italiana de la universidad. Este hecho de por sí no tiene demasiada trascendencia—almorzar acompañada contrario a lo esperado, qué tal Perú, por qué tantos kohais este año, qué tal las clases, tomaremos una juntos. No obstante, el principio y el final de este rato compartido se vieron alterados por un saludo inesperado. De beso. Como debe ser.
Si hay algo que me gusta mucho de ser suramericana —hay más semejanzas que diferencias; el sueño de Bolívar no es tan descabellado a una escala hispanohablante— es la calidez del saludo. Acá en Japón se siente una extraña represión de las emociones al encontrarse con alguien. Entre niñas, el saludo consiste en:
- cara de sorpresa con ojos muy abiertos
- saludo matutino con voz muy aguda: “oyahoooooooooooooou”
- antebrazo estirado con mano muy abierta, como tratando de alcanzar a la otra persona con el brazo inmovilizado
- para las más avezadas, las puntas de los dedos se tocan, o incluso se entrecruzan éstos
Parece como si todas anduviéramos tras una pared de cristal desde la cual saludamos a nuestras respectivas compañeras de estudio. Por eso, para mí el beso en la mejilla aquí en Japón es más que una costumbre más de mi lado del planeta, un retorno a la comunicación sin barreras, al afecto libremente expresado. Saludar de beso (sin olvidar la mano en el hombro o el abrazo quiebracostillas de cuánto-hace-que-no-nos-vemos) es parte de nuestra idiosincrasia. Me gustaría decir que compartimos este gesto con muchas otras comunidades (lo cual es cierto) pero hasta ahora esas comunidades no se han manifestado conmigo. Cabe anotar la notable excepción de Yazan, el sirio, que daba unos abrazos como para esta semana y la siguiente. Lástima que ahora está lejos.
Pasando a otras noticias, así muy casualmente, uno de aquellos pervertidos tímidos tan típicos de este país salió de la nada esta mañana y me propuso que le enseñara inglés y español a cambio de ayuda con mi japonés. Dijo que nos encontráramos en mi dormitorio, que me recogería en su auto e iríamos a tomar café a alguna parte. Le dije que el dormitorio es poco interesante y que no me subiría a su carro. Después de un minuto o dos de conversación en japonés me preguntó si entiendo el idioma. Ante su insistencia sobre la inmediatez del encuentro (le dije que esta semana estaba ocupada y me iba de viaje—contraatacó con preguntas sobre la duración de mis clases) le dije que nos encontraríamos frente a la cafetería italiana mañana a las 4.30pm. Lo que el galán no sabe es que mañana a esa hora voy a tener un incidente terrible de última hora y me voy a perder.
[ Endlich ein Grund zur Panik — Wir Sind Helden ]
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